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FIN

El Amor en Tiempos de Dujovne

50 Sombras de Marta

"El lujo es vulgaridad, dijo, y me conquistó" sonaba como onda expansiva cubriendo la manzana completa, y un poco más allá también, del barrio de Bosques en el que vivía felizmente la deseada y codiciada Marta, más conocida como "La Turca".


Su padre había llegado de Turquía año atrás para probar suerte en la maravillosa y creciente Argentina que brindaba muchas esperanzas en pleno apogeo peronista. Claro está, su viejo jamás imaginó que algún día comandaría nuestra economía el señor Dujovne. 

 

El turco merodeó la Capital Federal, parando en un conventillo de La Boca para luego cruzar el aún no tan contaminado Riachuelo y llegar al barrio sureño de Avellaneda. Allí nació una de sus grandes pasiones, su querido Racing Club, y allí conoció al amor de su vida, con quien no tardó en construir una hermosa historia de amor. 

 

Y sí, antes era todo más difícil, más complicado. Contextos de miedo e incertidumbre, instituciones reaccionarias y familias conservadoras. Casi cualquier historia entre dos era una hermosa historia de amor. 

 

Fue en 1977 que debieron despedirse, San Telmo fue el último barrio testigo de ese beso apasionado, de esas manos agarradas con fuerza mientras eran obligados a decirse adiós para nunca más volver a encontrarse, para nunca jamás volver a mirarse a los ojos.

 

Fue un viaje largo y en el pequeño baúl de aquel auto ruidoso había un olor similar a café quemado. Eso recordaba "La Tana", eso quedó impregnado para siempre en su memoria y siempre la retrotraería su olfato a aquel momento, porque son los olores lo que logran la mayor conexión con el pasado.

 

La Turca fue el fruto de aquel guiso peronista y racinguista que supo despertar cariño por parte de familiares, amigos y vecinos de los diferentes barrios que disfrutaban de su presencia. 

 

Luego de ese viaje en el baúl de un auto, pasó más de 3 años en el pozo de Arana y gran parte de ese tiempo estuvo a oscuras, con los ojos tapados para no poder ver a quienes bajaban órdenes y golpes sobre su cuerpo. De él nunca se supo más nada.

 

Fue al mes número siete en que la llevaron a una pequeña sala, quizás fuera del lugar donde estaba capturada, imposible saberlo porque era muy común que la hicieran caminar un largo rato, pero entre cuatro paredes para desorientarla. Fue ese día en que nació La Turca y fue ese día en que fueron separadas. 

 

Parte II

 

En una mañana de 1983, cuando aún era de noche y el sol recién comenzaba a asomarse, La Tana fue liberada en el medio de un campo de la localidad de Brandsen, a unos 45km de donde había estado cautiva. 

 

Había sido años de tortura y sufrimiento. Habían sido años, que parecieron siglos, de daño físico y psicológico. Lo peor para ella, que le arrebataran a su bebé, a su amor. 

 

"La Tana" resonaba en su cabeza, con la voz de quien la había raptado.  Nunca nadie la había llamado de esa manera, pero según sus captores, tenía un estilo italiano. 

 

Ni bien fue liberada recibió ayuda de un granjero que venía de San Miguel del Monte y se dirigía hacia La Plata. No le fue fácil aceptar que la llevaran, las marcas en su mente serían las más difíciles de borrar. Sin embargo, se animó y al rato estaba en la Capital Bonaerense. 

 

Logró ubicar a su familia gracias a la ayuda de una señora que trabajaba en la Estación de Trenes de La Plata. No se animó a ir a la fiscalía, tampoco a una iglesia, mucho menos a una comisaría. Su madre seguía viviendo en el barrio de Banfield, por lo que fue el propio Ferrocarril Roca el que la llevó a destino. 

 

Su madre no podía creerlo, no tenía palabras. Su hija, a quien había visto por última vez en 1977, había recuperado la libertad seis años después, y tenía una nieta, o un nieto, en algún lugar del país, o del mundo. 

 

Parte III

 

El regreso de la democracia fue una especie de borrón y cuenta nueva para Liliana que decidió retomar sus estudios, solo le faltaba dos años para recibirse de médica en la Universidad de Buenos Aires por lo que volvió a pisar su querida Facultad de Medicina. Mientras tanto La Turca crecía, mientras tanto vivía con la familia que había decidido criarla. 

 

Liliana iba de su casa a la Facultad, y de la Facultad a su casa. Sufría ataques de pánicos y cada tanto pegaba un faltazo para no tener que salir a la calle. Pero así y todo lo fue llevando, como pudo, hasta alcanzar su sueño y recibirse de médica. 

 

Era el final de un ciclo que pretendía uno nuevo, merecía volver a ser feliz, debía buscar un nuevo sueño y luchar por ello. Fue el día de la ceremonia en que lo decidió, fue al momento de recibir su diploma en que se lo comunicó a sus padres, Liliana había decidido migrar hacia Europa y empezar una nueva vida lejos de nuestras tierras. 

 

Lo transmitió con mucha tranquilidad, necesitaba cambiar de aire y alejarse de todo lo que le había hecho mal, necesitaba empezar de cero. Sus padres la felicitaron por el título y entendieron su decisión, por lo que el abrazo valió doble. No sabían si volverían a verla. 

 

Liliana bajó las escaleras de la Facultad con el diploma en la mano y una sonrisa que había guardado durante los últimos 10 años. Se dirigía a un pequeño bar ubicado sobre avenida Córdoba para brindar con sus compañeras.

 

De camino al bar se cruzó con un hombre que ingresaba a la Facultad. Éste la vio pasar, giró, dio la vuelta y lanzó: "felicitaciones, muy merecido". Liliana mirá al hombre, de gran porte y una vestimenta impecable, pero no lo reconoció. Sin embargo, su voz le era familiar. "Gracias" respondió, algo dubitativa. 

 

"De nada, Tana", replicó el sargento.

Parte IV

 

Liliana se suicidó pocas semanas después. Tenía miedo, tristeza, paranoia, dolores físicos y emocionales. Tenía de todo, menos ganas de vivir. Su búsqueda por encontrar a su bebé, de casi 7 años de edad para esa altura, había sido desesperante y con resultados negativos.

 

Esa era Marta. Esas eran sus 50 sombras, un pasado que nunca había conocido hasta que en un banco de sangre recuperó su verdadera identidad y conoció a su querida abuela, que falleció pocos meses después, pero feliz de haber logrado ese reencuentro tan deseado. 

 

Marta era pobre, pero era libre. Libre de expresar sus sentimientos, sus deseos, sus ganas de vivir. Se había mentalizado de que su pasado no sofocaría su presente, mucho menos su futuro. Viviría siempre en el día, como si no hubiese mañana. 

 

Marta era muy pobre económicamente, había tirado por la ventana todo aquello que su familia adoptiva, cómplice de la dictadura, le había dado. No quería saber nada, era todo sucio, todo estaba manchado con sangre. Marta era muy pobre, pero millonaria por dentro. 

 

Sus sombras eran sus amigas, no necesitaba luces iluminando su camino. Sabía de donde venía y lo aceptaba, con orgullo. Era una mujer fuerte y seguiría luchando siempre por todos los desafíos que tuviese por delante. Era una mujer hermosa, deseada por todos los hombres del barrio, pero muy pocos de ellos se animaban realmente a intentar enamorarla. 

 

Marta no necesitaba amor, sentía que ese tren ya había pasado. Vivía su sexualidad a pleno, siempre a gusto con lo que su cuerpo le pedía. Disfrutaba de todo aquello que no tuviese sentimientos, su corazón se había apagado y era feliz sabiendo que nadie más entraría en él. 

 

Era Liliana, no era La Tana, había elegido ser quien era y eso la hacía única. Marta y sus sombras, en la pobreza del barrio de Bosques, en pleno conurbano profundo, le hacían frente a todo lo que estaba por venir, y a todo lo que pasó.

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