Dame más Covid por favor
No tengo dudas de que el problema del Covid es 100% cultural. No tiene que ver con los gobiernos, ni los empresarios, ni los medios o los sistemas de salud, sino con la actitud de las personas ante una pandemia mundial, que sin importar cómo se originó, debimos actuar todos de manera responsable para contenerlo y eliminarlo.
Si bien a estas alturas todos sabemos la facilidad con la que se expande y el gran daño que puede hacer, principalmente a los adultos mayores, cuando empezaron a circular los primeros casos la gente se tomó con gracia que haya una enfermedad originada por comer murciélagos. No nos vamos a poner más papistas que el papa, por lo que hasta ahí podemos dejarlo pasar, pero cuando el virus se volvió letal y traspasó las fronteras chinas, ya no había lugar para chistes, había que tomárselo en serio.
Tuve la suerte, o al menos eso puedo decir al momento, de haber viajado a Nueva Zelanda a comienzos de marzo del 2020. Primero hacía una parada en Chile y recuerdo que el día en que viajé a nuestro país vecino se confirmó el primer caso de Coronavirus en Argentina y para cuando llegué a Santiago, ya que mi vuelo a Auckland era desde allí, la situación en migraciones era complicada: estaban alarmados por el virus.
Tuve que firmar una declaración en la que juraba no tener ninguno de los síntomas del momento (algunos de los que se mencionan ahora ni siquiera se sabían en aquel entonces) y me tomaron la temperatura mientras hacía la cola para sellar mi pasaporte. Fueron tres días duros en Chile porque temía que Nueva Zelanda cerrara las fronteras, el Covid se había vuelto viral y los países comenzaban a tener miedo.
Sin embargo, no tuve inconvenientes y llegué a la ciudad más grande de NZ el 7 de marzo, "justo a tiempo". Para ese entonces había cuatro casos confirmados de Covid y parecía estar todo bajo control. de momento las fronteras seguían abiertas y los controles no estaban tan aceitados. El gobierno, tomó una decisión que el sector privado denominó "apresurada": Lockdown total del país luego de escalar de nivel 1 a nivel 2, y pasar rápidamente por un nivel 3 que ya parecía una cuarentena. El nivel 4, cierre total de fronteras y todos a sus casas, llegó a finales de marzo, cuando había apenas 100 casos activos en el país.
Mientras leía un poco las noticias en Argentina había una que me llamaba poderosamente la atención: pedían la renuncia de Ginés porque supuestamente había dicho que no podía haber coronavirus en el país, lo cual fue más que engañoso porque hacía referencia a que no se podía originar el covid dentro del territorio. Esa pequeña anécdota ayuda a comprender lo que vendría después, un país dividido, politizado, sin responsabilidad, con altísimos niveles de desinformación sobre el virus, con una sociedad enfrentada, con un egoísmo que ponía en peligro a propios y terceros, y claro, desde lejos uno pensaría que no tiene por qué afectar, pero la familia quedó allá.
El aumento del Covid y el Lockdown en Nueva Zelanda se veían venir desde mediados de marzo, por lo que dí con un contacto para ir a trabajar a una zona alejada de todo y me llevé a dos amigos que hice en la gran ciudad hacia la Península de Coromandel. Tuvimos la suerte de que el rubro horticultura se declaró "esencial" y pudimos trabajar durante las 5 semanas que duró la cuarentena. Fuimos responsables, nos cuidamos, nos informamos y respetamos todas las normas.
La gente lo exigía, había que mantener dos metros de distancia en la cola del súper, había que ponerse guantes para cargar nafta, debíamos usar barbijos en lugares cerrados con gente, no podíamos alejarnos más de 2km de casa para hacer actividad física y evitábamos tener contacto con personas fuera de nuestra "burbuja". Hablo en plural no solo por nosotros, el grupo de trabajadores que compartió esa temporada de cosecha, sino que todos los ciudadanos viviendo en el país adoptaron las mismas medidas. No se trata de que Nueva Zelanda sea un país con mayor poder económico o una isla en el medio de la nada, sino que fue un acuerdo social, netamente cultural, de cuidarnos a nosotros mismos y cuidar al otro para ponerle un freno al virus y seguir adelante.
La cultura se contagia, como ocurre con la basura. Está comprobado que cuando hay mucha basura en un lugar, la gente tiende a agregar más residuos sin cargo de conciencia, pero cuando el lugar está limpio, se tiende a cuidarlo y no arruinar la armonía.
El problema en Argentina no fue el gobierno, fue la gente. Actuaron a tiempo, frenaron todo, pusieron la prioridad en las vidas más allá de la mala situación económica que había en el país. Invirtieron en hospitales para cubrirse en caso de que escalaran los casos y negociaron con China para recibir insumos médicos necesarios para combatir la pandemia. Pero gran parte de la población no hizo caso, pensó que era invencible, que Alberto Fernandez quería encerrarlos para privarlos de su libertad. Gran parte de la gente no quiso cuidarse, ni cuidar al otro, prefirió irse a Monte Hermoso o a Mar del Plata, creían que eran tiempos de vacaciones y no de encierro.
Y claro que la cultura se contagia, para bien y para mal. Con el tiempo, parte de los que sí respetaron la cuarentena comenzaron a cansarse, incluso con razón, porque el cerebro ante el encierro piensa: "al final soy el único boludo respetando la cuarentena y veo por la ventana que el Parque Centenario está lleno". Varios comenzaron a aflojar, varios comenzaron a creer en lo que decían algunos periodistas: el virus es una mentira, es solo una gripe, es una estrategia kirchnerista para encerrarnos, etc.
En NZ salimos del lockdown a fines de mayo con un stock de casos controlados, pero sin nuevos contagios en el último tiempo. El gobierno, que para esta sociedad podría denominarse "de izquierda", agradecía a la población por el enorme trabajo realizado y decretaba el fin del coronavirus en el país.
Jacinda Arden, la Primera Ministra, era noticia en todo el mundo: era mujer, joven, madre durante su primer año de gobierno, líder del partido de los trabajadores y primer gobierno en derrocar al Covid en tiempo récord. Ella mantuvo la humildad en este tiempo, no hizo un acto en la cancha de los All Blacks para anunciar el triunfo ante el virus, siguió trabajando para mantener la situación controlada y para repatriar a sus ciudadanos en el extranjero (algo que le costó nuevos casos varios meses luego).
En lo personal el lockdown me vino bien para ahorrar algo de dinero, tenía un trabajo duro pero que me representaba un buen ingreso y no tenía mucho en qué gastarlo más allá de algunos gustos en el supermercado. Con la pandemia y la temporada de frutas finalizadas podía seguir la ruta y hacer un poco de turismo, idea original con la que había venido más allá de saber que iba a tener que trabajar para mantenerme. En el país la gente hablaba de crisis económica, el golpe de la cuarentena había sido fulminante, decían...
Como argentino no podía entender a qué se referían, el impacto parecía menor: pequeño incremento del desempleo, niveles mínimos de deuda, leve caída de las exportaciones y algún que otro cierre de negocio, que poco a poco comenzaban a reabrir. Caída del mercado inmobiliario y automóvil, suspensión temporal de sectores laborales (que percibieron un subsidio por parte del gobierno) y con un rubro específico fuertemente afectado, el del turismo.
Pero... ¿crisis? Lejos de los patacones, el corralito, la hiperinflación, el déficit fiscal, el default, el 40% de pobreza y el 15% de desempleo el país poco a poco comenzó a reactivarse de la mano de la construcción y la vuelta al consumo. Claro está, al día de hoy el turismo sigue en jaque más a allá de una importante reactivación gracias al mercado interno. De todas formas, insisto: no tienen idea de lo que es una crisis.
Siempre en contacto con mi familia y con un ojo en algunos medios argentinos fui siguiendo la situación en mi país natal: la cosa estaba cada vez peor. Lo que me lleva a un segundo punto de inflexión, que el propio protagonista negó, pero que bajo ningún punto de vista le creo: Diego Leuco festejando en vivo que se podía llegar a 10.000 contagios de Covid en el país en un solo día. Un grupo económico enfrentado al gobierno de turno y alegrándose de que al país le iría mal en materia sanitaria en detrimento del partido oficialista. Personas sufriendo, gente muriendo, un costo económico altísimo para toda la población, un futuro inevitablemente peor para todos... pero más para los sectores más vulnerables, claro.
Algunos sectores no sufrieron tanto la cuarentena, el consumo de telefonía, internet, cable, luz, gas y otros servicios de hecho se incrementó y permitieron mayores ingresos a las arcas de las compañías proveedoras. ¿Se puede festejar 10.000 contagios de Covid por el simple hecho de estar en contra del gobierno de turno? Otra vez, los intereses personales y económicos en juego, la cultura en el medio y gente tomando partido por o por el otro. Cultura del odio.
A semanas de las elecciones legislativas en Nueva Zelanda apareció un nuevo caso de Covid. De la nada, sin explicación, sin ningún tipo de dato de cómo pudo haber surgido. Algunos dicen que fue la carne congelada que importaba la empresa en la que trabajaba el paciente infectado, pero no pudo saberse a ciencia cierta hasta el momento. ¿Se imaginan en Argentina algo parecido? El gobierno diciendo que fue el macrismo que trajo un infectado para perjudicarlo. El macrismo diciendo que hubo casos durante todo este tiempo pero que mentían con las cifras y ahora que este paciente cayó en manos de un médico que no estaba dentro de La Cámpora, pudimos saber la verdad. ¿Se imaginan el costo político de tener que volver a la cuarentena cuando dijiste que estabas libre de Covid? ¿Se imaginan esta situación, semanas antes de las elecciones? ¿Se imaginan la tapa de Clarin el día posterior a este nuevo caso?
A Jacinda no le tembló el pulso y decretó un lockdown para la ciudad de Auckland, donde había aparecido el caso. Se reanudaron los testeos y el aislamiento de todos los posibles casos. También se definió volver a nivel 2 en el resto del país, incluso en la Isla Sur, donde era casi imposible que hubiese llegado un nuevo caso. Se aplazaron las elecciones y se decidió poner el foco en la pandemia, no había nada que importara más que controlar el virus y volver a la normalidad cuanto antes. Y la gente volvió a cuidarse: distanciamiento social y covid tracer (código QR para marcar las visitas a los diferentes lugares). Máscaras en el transporte, testeos masivos, cierre de boliches y todos sentados en los bares. Suspensión de vuelos y micros de media y larga distancia. Nada de viajes por turismo, solo por necesidad laboral. Reuniones limitadas y eventos suspendidos hasta nuevo aviso.
Es cultural, la gente, que ya le había agarrado el gustito a la libertad pos-cuarentena, acató y cumplió las normas. Todos, los que estaban a favor del gobierno y los que estaban en contra. No importaba la bandera política, ni lo que decían los periodistas anti-J, sino salir adelante de la manera más inteligente y madura posible, cuidándose a uno y al otro.
Estados Unidos y Brasil son los principales ejemplos de lo que no hay que hacer. Ambos casos liderados por sus gobiernos, no necesariamente por una sociedad negada (que claramente contribuye). El gobierno argentino hizo lo mismo que hizo Nueva Zelanda, pero la cultura fue más fuerte. El famoso "a mí no me va a pasar nada", "esto es una mentira", "vivimos en una dictadura" y todas esas expresiones que se propagan por redes sociales y ciertos medios de comunicación ya nos costaron, a fecha de septiembre, casi 10.000 muertos y 500.000 contagios.
Acá en la isla las cosas ya prácticamente volvieron (a volver) a la normalidad. Pese a que hay apenas uno o dos casos por día, todos controlados porque están dentro del rastreo del padrón original, seguimos en nivel 2 y cuidándonos en cada momento.
Lamentablemente en Argentina se llegó al punto de que hay una sola solución posible: la vacuna. Pero muchos sabemos que esto podría haberse evitado y que la respuesta a la pandemia no estaba ni en la ciencia, ni en la política, ni en la economía ni en el periodismo, sino en nosotros mismos.