Sexo, Drogas y Manaos IV
De alguna manera Leo estaba convencido de que su vida en el amor era como la economía de Argentina, en manos de Dujovne por aquel entonces: el pasado siempre tendía a repetirse.
Fiel a su ideología política, el triunfo de un gobierno neoliberal en el país lo empezó a poner primero del lado de la denominada “resistencia”, luego del lado de los golpeados por las medidas económicas, y finalmente más cerca de aquellos que comenzaron a buscar un nuevo destino para su vida.
De todas formas, su situación no era tan crítica, tenía trabajo, disponía de una vivienda en el Conurbano profundo por lo cual no debía abonar alquilar, y su sueldo más el salto de los molinetes del tren le permitían llegar a fin de mes y hasta darse algunos gustos.
Pese a eso, su mente le decía otra cosa, “vos te vas a tener que ir, este país no te permitirá crecer, vas a caer en la pobreza y no vas a salir jamás”. Su mente, gran enemiga, lo llevaban constantemente a tener un píe en otro lugar, en otro país, en otro continente.
_ Leo, no podés irte, no podés dejar la banda, el rocanrol no morirá jamás.
_ Sabés que coincidió con vos querido amigo, ¿pero vos sabés la cantidad de banditas de rock que hay en Argentina? ¿Sabés cuántas efectivamente viven de la música?
Leo solía poner en números la distribución de su vida. Aseguraba que no poder vivir de lo que te apasionaba era como tirar, por lo menos, un 35% de tu tiempo en el mundo. Si a eso además le agregas otro 30% de tiempo durmiendo, más lo que se pierde yendo a comprar, cocinando, en el baño y demás, los únicos momentos de felicidad que restan son 10 o 15% del día.
La banda siempre tenía problemas y discusiones a la hora de juntarse por un tema de horarios y de compromisos personales, por lo que Leo a veces sentía que pasaban más tiempo charlando en WhatsApp que ensayando o poniendo ideas en papel. Ese porcentaje de felicidad era cada vez más bajo, sobre todo cuando calculaba cuánto tiempo pasaba en la cresta de la ola: arriba del escenario.
Ese día, la reunión sería tensa y la banda de alguna manera esperaba que él decidiera qué quería hacer. Se juntaron como siempre y mates mediante discutieron sobre el futuro del grupo.
Era un momento incómodo para todos, caras largas, opiniones sin demasiada convicción, mucha tibieza. Afortunadamente, entre los presentes estaba Saji, que no era un miembro de la banda, pero sí era el corazón de la misma.
_ Leo, si te vas va a ser incluso peor, porque no vas a tener ni siquiera ese 10 o 15% del que siempre hablas. Tu banda está acá, acá está el rock and roll.
La frase final del discurso de Saji era una apuñalada en el corazón, y las miradas de Pilo, Gasti, Osky y Lolo no lo dejarían marchar. Eran momentos duros, pero no eran tiempos para cobardes. Leo dudó, pensó, se refugió unos días en el whisky y unas noches en el amor.
Era el momento de quedarse a pelearla.
El Amor en Tiempos de Dujovne
Sexo, Manaos y Rock and Roll
Su tío Pilo se había convertido en un gran aliado para las batallas nocturnas. Padre divorciado, hombre de gran corazón y triple campeón del torneo de truco más importante de Claypole, disputado en las canchas de paddle La Huerta, lo habían colocado como uno de los solteros más codiciados del barrio más pesado del conurbano.
Fue la noche en que la banda de Leo tocaba en Burzaco que su vida cambió para siempre. Estacionó su Renault 9 modelo 92 en la puerta del Bar “El Tío” y al bajarse se apoyó contra la puerta del acompañante para desplegar la facha que lo caracterizaba. Su sobrino más chico, Lolo, lo esperaba justo en la esquina para ingresar juntos al festival "Bandas del Tercer Cordón Acompañando El Cambio", y disfrutar de lo que sería una de las noches más oscuras del Partido de Almirante Brown.
Pilo aparentaba ser un tipo joven pese a que su DNI comenzaba con 20 millones. Lolo parecía ser más viejo pese a ser de tan sólo 17 años. Juntos se acercaron a la puerta del Bar sin pensar que en el ingreso las fuerzas de seguridad represoras, la mano dura de la noche bonaerense, impedirían que estos dos ingresaran al establecimiento.
_ Esto es para mayores de 18 campeón, volvé el año que viene.
_ Epa, tranquilo hulk, está conmigo, es mi sobrino y yo me hago cargo.
_ Vos te hacés cargo? Hace dos fines de semana te sacamos al arrastre de acá mismo porque no te podías mantener parado. Haceme el favor de correrte que la gente quiere pasar.
_ De acá no nos vamos nada, toca mi otro sobrino y vamos a entrar a verlo por las buenas o por las malas.
Ni bien terminó la frase recibió el primer golpe justo en el medio de la trompa. La sangre alcanzó a manchar su remera de Vox Dei y el intento de devolver la piña por parte de Lolo culminó con un empujón que lo dejó al borde del cordón, a escasos metros del 160 que se adentraba en la Estación de Tren de Burzaco.
La situación fue advertida rápidamente por la eficaz Policía Local de la Municipalidad, denominada entre los vecinos como "los pitufos". Sin jurisdicción para intervenir (ni para nada útil), los "oficiales" se acercaron a la escena y amenazaron con llamar a la policía real.
Pilo se dio cuenta que los dioses no estaban de su lado y decidió retroceder lentamente al tiempo que ayudaba a Lolo a levantarse del piso. Su mirada nunca dejó de posarse sobre los ojos del patovica que lo desafiaba con sed de seguir manchándolo con sangre.
Esa noche en que Leo subió al escenario, mientras su tío Pilo y su primo Lolo intentaban ingresar al bar, los fisuras del antro que solían ir tocara quien tocara y los cuadros de Evita y Perón mirando desde los costados, empezaba una hermosa y dificultosa odisea: intentar “pegarla” en el mundo del Rocanrol.
La mochila que Leo cargaba estaba repleta de recuerdos hermosos de su infancia, tanto en su querido barrio de Claypole como de aquellos viajes con sus viejos y su hermano menor a rincones remotos de Traslasierra Córdoba o las playas más desiertas de nuestra patria hermana Uruguay.
Esa misma mochila, sea por herencia, genética, contagio, complejo de Edipo o como quieran llamarlo los expertos de la temática que en la mayoría de los casos no pegan una, contenía un porcentaje muy grande de su viejo y uno más chico de su madre. Posiblemente haya sido la ecuación inversa en el caso de su hermano, algo que según Google suele pasar.
Leo heredó la humildad de su viejo, la mayor virtud que un ser humano puede tener pero que lamentablemente no va en sintonía con las defensas que uno debe tener para afrontar este mundo que te lleva por delante si uno no es lo suficientemente fuerte (o hijo de puta).
También cargaba con la simpleza de no querer parecerse a nadie ni querer sobresalir frente a la multitud o la muchedumbre. Precisamente por eso es que su viejo se llevó a la más lindas de todas las mujeres, la que además de contar con la sonrisa más hermosa se fijaba en las cualidades que un verdadero hombre debe tener. 40 después ellos siguen juntos y nunca tuvieron nada de arriba, ni un hombro donde apoyarse excepto el del otro.
De su madre no heredó la hermosa sonrisa ni la virtud de detectar la mejor pareja que podía llegar a tener en su vida. Al menos no hasta la edad de adulto, pero ya entraremos en eso. De ella heredó las fuerzas para luchar para lo que consideraba justo, el impulso de expresar lo que sentía en el momento en que su corazón lo demandaba y la fortaleza para poder negociar la mejor salida a las diferencias.
Leo a veces se preguntaba de dónde sacaba esas ideas que lo llevaban a componer canciones completamente originales y con gran aceptación de cualquiera que las escuchara. "Ya está todo inventado" le decía el violero de la banda.
_ Hagamos un tema pegadizo, que le guste a las chicas, que pueda contener un video boludo y que nos sume visitas en Youtube.
_ ¿Qué somos Tan Bionica loco? Yo no me sumo a esa corriente Gasti, yo arriba del escenario necesito cantar lo que siento, no algo que venda y que le guste a todos menos a mí.
_ Bueno Leo, pero así nunca la vamos a pegar, nunca vamos ni a sonar en las radios.
Los chicos de la banda siempre se preguntaban qué sería "pegarla". ¿Llenar un river? ¿Aparecer en MTV? ¿Vender miles de discos? La conclusión era siempre la misma: Pegarla significaría poder vivir de la música.
¿Podrían lograrlo?
Sexo, Drogas y Manaos II
Era uno de esos días en que buscaba billetes olvidados en algún pantalón del placar. “El mate no se cambia”, solía decir, y volvía a poner la pava al fuego para calentar el agua de la segunda ronda. Difícilmente estaría poniendo total atención a lo que su novia decía, su mente estaba en otro lado y su corazón aún más lejos.
Se excusó para ir al baño por un momento. El agua se sentía congelada, justo lo que necesitaba para refrescarse el rostro y aclarar un poco la vista. Fue durante esa mirada al espejo que tomó la decisión que lo mantenía desvelado por las noches.
La vida de Leandro era, como podría decirse en la cultura de nuestro país, normal. Llevaba una agenda sin sobresaltos, caminos conocidos para no perderse ni arriesgarse demasiado por nada. Un trabajo estable, aunque no demasiado gratificante, una carrera que cada vez parecía alagarse más, una pareja que le permitía no sentirse sólo, una banda de música que cada tanto ensayaba y un grupito de amigos que perdía integrantes a medida que el amor se entrometía en alguna de sus vidas.
Sus canciones reflejaban mucho de lo que pensaba, pero no mucho de lo que sentía, su cuaderno con el escudo de Independiente contenía esos cuatro o cinco viajes planeados que hasta el momento nunca había concretado.
La familia siempre dentro del primer plano, pero poco feliz lo hacía ese contacto a través de la tecnología, la distancia lo llevaba a la ruta de tanto en tanto cuando pegaba el bajón y necesitaba sentirse en casa.
Esa casa siempre un pilar para su vida. Llegar a ella para contar cómo había sido su día era el momento de mayor goce que sentía en aquella época de oro para su nido. Las circunstancias lo llevaron a tomar caminos diferentes y su estadía en soledad en un barrio del conurbano le generaban ciertas angustias.
La música siempre fuerte para sentirse acompañado, y pocas veces sonaban esas canciones de angustia que de chico no entendía por qué su viejo las reproducía y lloraba junto al parlante. Esas sí eran épocas duras, donde la guita no alcanzaba para llegar a fin de mes y la indemnización se esfumaba en inversiones frustradas.
Fue promediando la década del 90 que Leo vendió hasta sus juguetes para ayudar a costear los pasajes de los cuatro hacia un destino incierto, aunque orientado al Norte. Fueron muchos los que debieron partir, había llegado el momento de pagar la fiesta decían algunos medios de comunicación.
El regreso, cinco años después, fue por la puerta grande, con carteles de “bienvenido” flameando en las puertas de Ezeiza. Muchos de los que sostenían esos carteles desaparecieron luego de ligar algún souvenir del imperio norteamericano.
Souvenirs trajo desde Cuba luego de vacacionar en lo que fue un sueño cumplido. Anhelos de la revolución, libros de Fidel Castro, boinas con la estrella roja y documentales de la liberación conformaban un combo ideal para sentirse parte de algo que ya no existía y que difícilmente volviera a existir.
Aquel espejo era mucho más que un objeto de reflejo, era su propio psicólogo y su confesionario. Litros de agua desperdiciada dejándola correr, ido en algún pensamiento que buscaba resolver en su propia mirada. Ese, “sos vos”, pensaba, y decía en voz baja, “¿qué carajo hago boludo?”…
Se vistió, agarró la sube y salió para la parada del bondi. Era una nueva noche de rock en la City Porteña. Salió para la estación y la llovizna lo ponía nostálgico: recordaba aquella final en la que Independiente venció al Goías con un penal de Tuzzio permitiendo que el Rojo de Avellaneda levantara la Copa Internacional número 16 en su haber.
Luego del tren que lo dejó en Constitución tomó el colectivo que lo llevaba rumbo a Microcentro, eran pocas cuadras para él, que de hecho a veces caminaba, pero el clima esta vez no acompañaba.
Fue en una de esas esquinas tangueras, con calles de adoquines y carteles fileteados que Leo fijó su mirada en una tonta publicidad de bombones de chocolates: “¿Hace cuánto no pensás en tu verdadero amor?”, decía el claim del aviso.
Fue en ese momento en que se dio cuenta de algo que hasta el momento jamás había contemplado: su mente ya no se detenía a pensar en algún viejo amor, ni en uno reciente, ni en uno que se le escapó. Fue en ese preciso instante que Leo notó, por primera vez, que su corazón se había vuelto frío, tan frío que ni siquiera se ponía nervioso momentos antes de una primera cita.
Luego de ver el cartel publicitario empezó a notar otras cosas a su alrededor: una parejita acaramelada en el asiento delante suyo, la radio del bondi con “no me olvides” de Abel Pintos a todo volumen y un grafiti hecho con fibrón rojo en la pared de su lado que decía “estamos a nada de serlo todo”.
De repente, cuando su mente comenzaba a divagar por maravillosos momentos de amor y romanticismo, subió un enano travesti al colectivo para vender medias, encendedores y pañuelitos de papel.
“Damas y caballeros disculpen las molestias, no vengo a pedir ni a robar, solo vengo a ofrecer mis productos con todo respeto y humildad. Estoy ofreciendo pares de medias, cuatro pares por $50; encendedores a $20 y pañuelos marca elite. Lleva marca y calidad, dos por $10”.
La gente no podía dejar de apreciar la figura del joven, de muy baja estatura, con senos operados y vestido de mujer. Tenía cierto encanto y atraía a más de uno. La zona de Constitución siempre fue considerada epicentro del travestismo y la biodiversidad de género, por lo que casi ningún pasajero se sorprendió con el vendedor ambulante.
Luego de su emotivo speech de venta el enano travesti caminó por el pasillo del bondi dejando alguno de los productos en el muslo de los viajeros, siendo Leo el afortunado de recibir no sólo los dos paquetes de Elite por $10, sino una suave caricia, con mucho disimulo, seguida de una mirada sensual ante la conexión visual que hubo entre ambos.
Sus reflexiones y recuerdos amorosos quedaron completamente en el olvido y Leo se concentró en cómo comportarse ante el inminente regreso de la vendedora ambulante que pasaría a recoger sus artículos de venta.
Leo tenía la filosofía de que para crecer como banda debían tener presencia en todos lados, tanto en recitales, como eventos, y hasta en bares de rock o reuniones del ambiente.
“El rock murió Leo, hagan otra cosa, ya no existe un público para su estilo de música”, solía decirle su hermano Mauro. Sonrisa y un simple “sí, sí” era su típica respuesta mientras hacía oídos sordos, como a cualquiera que opinara en contra de uno de sus amores más profundos.
Siguiendo ese camino de posicionar a su banda, le tocó nuevamente pisar el mítico Luna Park para ver un nuevo show, completamente agotado, de Ciro y Los Persas.
_ Dale gracias, después lo escucho, ¿qué estilo hacen?
Leo le había regalado un Demo a uno de los tantos jóvenes que se acercaban al estadio, y cumplía con su target: llevaba una remera de Los Piojos puesta.
_ Somos un estilo La Renga pero no tan pesado, más tirando a “Despedazado por mil partes”. Leo respondía poniendo una vara realmente alta, por lo que siempre agregaba que ese era el estilo, no el
nivel que tenían.
El joven agradeció y se perdió entre las masas que comenzaban a acercarse al lugar pese a que aún no caía el sol y Ciro estaba anunciado para las 21hs.
Mientras Leo caminaba por los alrededores se filtró en un sector donde un productor de la banda tomaba fotos a los asistentes enseñando la entrada y haciendo alguna mueca, saludo o sonrisa. Leo aprovechó que tenía la remera de su banda y se coló en la escena para ser fotografiado, mostrando su casaca y haciendo el signo de la victoria con su mano izquierda honrando a su querido peronismo.
_ ¡Loco, más vale que este puto toque temas de Los Piojos porque sino se la vamo’ a agitar toda! Exclamó otro joven que se acercó a recibir un Demo de la banda oriunda de Claypole.
Ciro había lanzado su tercer disco y en los últimos recitales primaban sus temas por sobre los de ex-banda. La gente de la vieja camada comenzaba a abandonar sus shows y se veían caras nuevas, jóvenes, una nueva generación de Persas y menos de los Piojosos que supieron explotar estadios de fútbol con bengalas en mano y peleas para ver qué bandita de seguidores tenía más aguante.
Leo sabía que Los Piojos ya no existían, que difícilmente se volverían a juntar (a no ser que estuviesen todos muriéndose de hambre, como hicieron Los Caballeros de la Quema) y que de la vieja camada de bandas nacionales con convocatoria ya no quedaba casi ninguna con vida, salvo aquella que él citaba como identidad musical de su grupo.
El Luna Park comenzaba a llenarse y ya no quedaban Demos por repartir, por lo que el ingreso por la puerta 9 le dio la bienvenida a un nuevo recital, otro que vería desde el fondo, porque “el pogo no va más, ya estoy viejo”.
Arrancó con “Pistolas” y el estadio se vino abajo, hasta en las plateas VIP se cantó a los gritos y con la gente saltando en las butacas. El contexto del país también lo ameritaba, bastones que pegaban sin razones y jubilados peleando por sus derechos, con pistolas que se disparaban solas.
Pero el amor duró poco, una seguidilla de hits radiales y un excesivo alargamiento de temas con instrumentales llevaron a que el agite se planchara y el público se limitara a aplaudir al finalizar los temas que sonaban arriba del escenario.
Fue promediando el cierre del show que comenzó a sonar “Vas a Bailar” y las imágenes que habían sido tomadas por la productora en las afueras del Luna Park comenzaron a proyectarse en las pantallas gigantes.
Foto tras foto, Leo miraba la pantalla para ver si habían puesto la suya y si se llegaba a ver bien la remera de su banda en las inmensas proyecciones del Estadio.
De repente, apareció una que lo descolocó por completo, una foto que le hizo poner la piel de gallina y que le hizo abrir los ojos más de lo que podía. Duró pocos segundos en escena pero los suficientes para saber que efectivamente se trataba de ella, no había otra igual, sin dudas, tenía que ser ella.
Josefina era un viejo amor, uno de esos amores de verano que lo habían marcado para siempre, veranos en los que aún no existían los celulares, tampoco Facebook. Tiempo de amores en lo que cuando uno no ingresaba por más de unos días a la casilla de correo electrónico se olvidaba la contraseña y jamás la recuperaba.
Fue así que casi 12 años después, Leo pudo identificar a Josefina en una foto, en una pantalla gigante del Luna Park, tomada en las afueras del estadio y que por supuesto, significaba que ella estaba dentro, junto a él, viendo a Ciro y Los Persas.
Su foto nunca apareció y por ende su remera no llegó a ser proyectada a escala Luna Park. Leo pensó en arrepentirse de haber puesto sus dedos de la victoria en alza para la toma, pero luego sonrió sabiendo que sus convicciones están primero. Luego pensó en su viejo que solía decirle que lo importante es alcanzar el objetivo más inmediato primero.
Sacudió su cabeza para dejar de lado su banda, su peronismo, a Ciro y a la muchedumbre que lo rodeaba, para enfocarse en una nueva meta, completamente impensada, pero que lo había cautivado: encontrar a Josefina.
No iba a ser fácil ubicarla entre las 20.000 personas que habían copado el Luna, ni con la oscuridad que caracteriza a los recitales de rock. Leo comenzó a rastrillar el lugar como podía, buscándola por la remera verde con la insignia de “La Familia Piojosa” que había alcanzado a ver en la foto. La lista de temas llegaba poco a poco a su fin y Ciro preparaba el cierre de oro con Astros y su adorado Finale, que solía cantar con luces prendidas y leyendo las bandera de los fans que habían viajado hasta su show.
“Calles, voy a cruzar, en silencio nena escucho hay un lugar. Dejame que llegue ahí, nada más vacía tu vaso antes del fin” cantaba Ciro con esa voz que podría estar entre las más lindas del mundo. Era la última oportunidad de encontrarla, las luces eran una gran ayuda. Pero pese a todo ese viento a favor, no pudo ser, Leo nunca pudo encontrar a Josefina dentro del recital.
A la salida lo esperaba Osky, su amigo y supuesto Manager de la banda para pegar la vuelta juntos hacia el Conurbano. Osky había estado repartiendo varios volantes y Demos de la banda para hacer una última tirada mientras los fans (en muchos casos podría decirse “groupies”) de Ciro abandonaban las oscuras calles del Centro Porteño.
Leo fue de los últimos en salir porque había intentado dar con Josefina hasta el último minuto. Sin éxito, se encontró con Osky y se embarcaron en el regreso al barrio.
Esa misma noche, mientras tomaban una cerveza en el bar El Nudo de Quilmes, Leo abrió el Facebook de la Banda para ver si había habido algo de movimiento luego de la acción marketinera en el show Persa del Luna Park. Entre las solicitudes de amistad se encontraba la de Josefina.
Sexo, Drogas y Manaos III
El día que Leo conoció a Josefina descubrió que la vida puede ser más sencilla, y que el pasado puede precisamente ser eso: pasado. Charlaron durante horas sobre gustos musicales, sobre películas y series, sobre los deseos de viajar y la necesidad de disfrutar la vida y sentirse libres. Nunca, en ningún momento, recurrieron a su historia ni a los pesares de la misma.
Era la mujer de su vida y lo sabía. Sin embargo, muchas veces él y "su vida" no iban por el mismo camino. No era el momento de sentar cabeza, no estaba listo. Quizás a veces uno encuentra a “la persona ideal”, ¿pero “ideal” según quién? Leo sabía, que Josefina era preciosa y una persona maravillosa, pero no era lo que é denominaría “perfecta”.
_ Leo, dejá de buscar la mujer perfecta, la perfección en sí no existe, no seas pelotudo.
_ No comparto Osky, yo sí creo que existe, pero no se trata de algo objetivo, sino que cada uno tiene su propia mirada sobre lo que es perfecto.
_ Está bien Leo, pensá lo que quieras, pero está escrito: “la perfección no existe”.
Leo siempre fue de discutir lo que ya estaba escrito. Su mente crítica lo llevaba siempre a poner en duda y a repetir, como un niño, las veces que fuera necesario: ¿Por qué?
_ Perdón, pero a mí me chupa un huevo que “ya esté escrito”, no creo que estemos debatiendo sobre una ciencia exacta así que todo puede ser puesto en duda. Yo, creo que sí existe.
_ Bueno Leo, como digas… Ahora, si la perfección existe, Josefina lo es, y vos decís que no, así que estamos todos locos.
_ Precisamente, porque puede ser el estereotipo de “mujer perfecta”, porque así lo dice la cultura, y el mercado, pero para mí no lo es. Me parece divina, copada, muy linda… Pero no es lo que yo busco.
_ Sí, ya sabemos, la mujer perfecta para vos sería algo así como Agustina, ¿no?
A Leo los amigos le daban con todo, sin piedad. Agustina era otro de sus amores por los cuáles dio su corazón entero. Con ella lo había intentado todo, desde vivir bajo un mismo techo hasta comprar una pelota de volley para pasar el rato juntos.
Ella, en cambio, invirtió en un par de rollers que hicieran juego con la calza que más entangada usaba en sus paseos por el centro.
Era justo que los amigos le den con todo, cuando Leo se ponía de novio desaparecía, o si aparecía era de la mano y con un horario fijado para volver a partir. Las vacaciones serían con ella, los fines de semana encerrado y en los shows que brindaba la banda no podía siquiera acercarse a “las groupies”.
Fue por eso que, pese a haber encontrado nuevamente a quien podía llegar a ser su verdadero amor, su media naranja, la futura madre de sus hijos, Leo decidió rechazar la invitación de Facebook y seguir por otra ruta.
El camino hacia el olvido de aquel amor que se escapó, o que el propio Leo dejó escapar, incluyó muchos desvíos y peajes costosos, porque no sólo no podía reemplazar lo que alguna vez tuvo con ella, sino que, en cada nuevo intento de querer, o amar, terminaba añorando aún más a aquel primer amor.
Que un clavo saca otro clavo es tan falso como la propia frase, porque la mayoría de las veces éste se dobla y no llega a cumplir su objetivo. Lo mismo le ocurría a Leo, que no podía llenar ese espacio vacío que alguna vez estuvo lleno por una persona que lo hacía sentir realmente feliz, realmente vivo.