FIN
Cuento
El Último Backpacker
“¿Vos estás loco Maximiliano?”. La pregunta se repetía entre aquellos simples mortales que sentían haber alcanzado la falsa felicidad que el confort les brindaba y la facilidad de enfrentar la vida con más certezas que incertidumbre y con el signo peso delante de su frente.
“¿Vas a dejar todo para irte por ahí, sin saber bien a dónde, sin un plan?”, le dijeron otros tantos cuando soltó la voz, con el miedo de saber que enfrentaría opiniones que intentarían poner en su mente ideas negativas, sin saber la influencia de las mismas pero dispuesto a pasárselas bien por los huevos si era necesario.
Maximiliano estaba decidido, sentía que era el momento de partir y que no podía vivir el presente siempre pensando en el futuro, sino que debía poner el futuro en el mañana y volar hacia lo incierto, hacia la aventura.
“Ni lo dudes, si yo estuviese en tu lugar me iría a cualquier lado”, le dijo su jefe al momento de comunicarle la renuncia. “Sabés que me parte al medio que te vayas del equipo, pero esto es lo mejor que podés hacer. Si un día decidís volver tenés las puertas abiertas”. Las palabras del subgerente lo reconfortaban, pero en cierto punto no quería eso, prefería no tener ningún tipo de seguridad que le facilitara el camino de regreso. En su mente, este era un viaje solo de ida.
“Boludo, me estás diciendo que te vas un año acá, otros tres meses viajando por allá, un año por tal lado y después ves qué onda… Si te vas y volvés a los seis meses sería tremendo fracaso”. El miedo al -supuesto- fracaso se sumaba al temor de dejar todo atrás sin saber con qué se encontraría.
“Ponele que metes un viaje de 3 años por el mundo, pelotudeando, lavando copas o haciendo lo que sea para juntar unos mangos. ¿Qué carajo vas a decir en una entrevista cuando busques un laburo de lo tuyo el día que quieras sentar cabeza?”. En ese momento le entró cierto temor sin saber que a los seis meses de vivir afuera y laburar haciendo cualquier otra cosa no querría volver a trabajar en una oficina en su puta vida.
Maximiliano dejó todo en orden mientras el mundo se convertía en un caos. Cerró su cuenta bancaria, dio de baja su compañía de celular, vendió gran parte de sus pertenencias, canceló el contrato de alquiler e imprimió todo el papelerío que -quizás- debía presentar en migraciones al llegar a su primer destino.
Viajó a su querido pueblo para despedirse de su familia mientras en las noticias hablaban de un posible cierre de fronteras por la expansión de un virus oriundo de China, que tendía a convertirse en una pandemia luego de la llegada a varios países del resto de Asia y Europa.
La palabra “fracaso” sonaba aún más fuerte pensando en que quizás había dejado todo atrás antes de irse y ahora se vería encerrado en su país, sin trabajo y afrontando una cuarentena eterna como la que terminó habiendo.
La noche en que regresaba a la ciudad para la última juntada con sus amigos, antes de dejar la Argentina, leyó en una cuenta de Twitter que el Covid había traspasado las fronteras de su país y el anuncio del presidente sobre restricciones en el territorio eran inminente.
Parte II
Maximiliano actuó con gran velocidad y cambió su vuelo de inmediato. En lugar de viajar el viernes siguiente a su destino, como tenía estipulado, viajaría esa misma noche al país vecino de Chile, y desde allí partir hacia Australia, donde viviría alrededor de un año con una visa de trabajo.
La Low Cost que lo llevó del Palomar a Santiago lo vio salir feliz, con una sonrisa en la cara, orgulloso de su inteligencia de haber escapado el país que la mañana siguiente cerraba sus fronteras y todos los vuelos al extranjero quedaban suspendidos indefinidamente.
Chile sería su primera, inesperada, parada, y al día siguiente se subiría nuevamente a un avión con destino a Sídney. Lo que no sabía era que no debía haber ingresado al país con su DNI si luego tendría que usar su pasaporte para poder salir…
“Es muy simple, no podés viajar a Australia con tu Documento Nacional de Identidad, tenés que usar tu pasaporte. Sin embargo, con tu número de Pasaporte no tenemos registro de que estés en el país porque entraste con tu DNI. A su vez, si entraste con tu DNI tenés que salir con dicha documentación porque sino en tres meses vas a ser considerado ilegal”.
Faltaban 50 minutos para que su vuelo partiera y el agente de migraciones parecía no dar tregua. Maximiliano se había convertido en una especie de Tom Hanks en La Terminal: No podía salir de Chile hacia su destino, pero tampoco podía volver a Argentina porque las fronteras estaban cerradas.
Lamentaba haber usado su DNI para ingresar al país vecino, pero lo cierto era que ni se le había cruzado por la cabeza semejante situación. Todo había sido tan rápido y su mente estaba puesta en otras preocupaciones, reales, y no en esto que jamás había imaginado.
La palabra “fracaso” se repetía en su cabeza cuando un oficial se acercó hasta la mesa en la que se había sentado para tomar un café que pagó mucho más de lo que valía. Faltaban 20 minutos para que su avión levantara vuelo y el joven agente se había apiadado de él.
“Vení a mi puesto, el 29. Yo sé cómo cambiarte en el sistema para que puedas salir con el pasaporte. Estos viejos lo único que quieren es jubilarse, no les importan los sueños de la gente”. Esa persona quedaría en la memoria de Maximiliano para siempre.
Logró subir al avión. Fue el último pasajero en el hacerlo y poco le importó que no tuviese lugar en la baulera para poner su mochila, iría debajo del asiento delantero. Tampoco le había tocado ventanilla y consideraba inadmisible pagar extra por una silla en un vuelo que de por sí le había salido un ojo de la cara. A esta altura no le importaba nada, solo quería despegar y estar cerca de las nubes.
El miedo al fracaso fue quedando atrás a medida que el monitor mostraba el avance del avión, cada vez más cerca de su destino. Sí quedaba incertidumbre, tristeza por aquellos que quedaban atrás, cagazo por el virus que seguía creciendo y un pánico creciente debido al antecedente reciente: Migraciones Australia.
Parte III
Caminó lento entre la gente evitando aparecer en las cámaras de seguridad y fichando a los guardias de migraciones para ver cuál sería el más permeable, para ver quién despachaba más rápido a los viajeros que buscaban ingresar al país.
Maximiliano siempre tenía cierta paranoia en estas situaciones, como si fuese culpable de algo. Se ponía nervioso, temía que le encontraran algo, que no lo dejaran entrar, que lo llevaran a un cuartito donde lo pondrían en bolas y le palparían hasta lo más profundo de su… ¿alma?
Algo así le había ocurrido en Inglaterra en uno de sus viajes por Europa como backpacker. El error que había cometido era viajar directamente de Amsterdam a Londres. Quizás el otro error era haber vestido una camperita de Chacarita en el trayecto. Esa tarde estuvo realmente cerca del dedazo.
Viajar siempre fue pasión, o más bien, amaba la idea de descubrir algo nuevo. Hasta lo apasionaba agarrar la ruta dentro de Argentina, sin importar hacia dónde, sus ojos se maravillaban con un nuevo paisaje, cualquiera este fuera.
Tenía dos recuerdos que lo marcaban en este sentido: Uno, de muy chico, cuando vio la película Toy Story. En la misma, Woody mira por la ventana y se pregunta si hay algo más allá de lo que puede ver. El niño le explica que sí, que más allá de ello hay más, y mucho más.
El otro momento que siempre era recordaba era de una tarde con varios amigos durante su paso por Canadá, donde le tocó vivir de niño junto a su familia. Se juntaron a andar en bicicleta como lo hacían siempre, pero esta vez tomaron una decisión distinta: doblar siempre en la calle que desconocían. Anduvieron perdidos durante horas hasta que se hizo de noche y tuvieron que llamar a sus familias para que los fueran a buscar.
Lo maravillaba perderse. Sentía cómo la sangre corría más rápido por su cuerpo cuando tenía una aventura por delante, un nuevo descubrimiento. Así lo vivió cuando se subió a un colectivo en Atenas, Grecia, sin tener idea hacia donde iba. Lo mismo sintió cuando no lograba encontrar su hostel en Praga, República Checa, y terminó en lo que él denominó “el mejor bar que pisó en su vida”.
Sin embargo, esta situación era diferente, debía enfrentar migraciones con el miedo reciente de lo que había vivido en Chile. Sabía que además no podía estornudar ni toser en ningún momento porque las alarmas por el Coronavirus estaban latentes.
Maximiliano eligió a quien parecía ser que “todo le chupaba un huevo”. Sacó su carpetita y juntó su documentación al llegar al puesto 14. Entregó su pasaporte y sonrió con una alegría sincera. El oficial lo miro tan solo un segundo y comprobó que era el mismo de la foto.
“Welcome to Australia Max”.
Parte IV
Max había cambiado su mentalidad para afrontar el viaje que tenía por delante. Sabía que bajo ningún punto de visto el dinero estaría por encima del lugar donde viviría o del tipo de trabajo que haría. Por lo que elegiría ganar el mínimo en un laburo que pudiese disfrutar, o aprender, y no agarrar algo que le pague más pero que no le interesara.
Sabía que para él sería fácil encontrar un trabajo de oficina por su experiencia, sus estudios y su buen nivel de inglés por su paso por Toronto, pero no tenía ninguna intención de dejar una vida atrás y retomarla en otra parte del mundo.
A su vez, Max sería un backpacker tradicional como le gustaba ser. Mientras que muchos otros que llegaban al país se compraban un auto o una van con cama, él seguiría moviéndose a dedo, en transporte público o en bicicleta cuando comprara una.
Le llamaba la atención cómo mucha gente se iba de su país “dejando su zona de confort” y ni bien llegaba a Australia buscaba la misma comodidad, con un trabajo estable, un departamento, saliendo a comer y comprándose ropa y otras pelotudeces todas las semanas.
Max estaba decidido a viajar tan solo con su mochila, su poca ropa, darse los gustos justos y necesarios priorizando siempre el tiempo libre y no patinarse sus ingresos que tanto sacrificio le significaban para poder tener más tiempo libre y seguir viajando.
Entre sus otras prioridades se encontraban la de mantenerse en movimiento. Nunca pasaría más de tres meses en un mismo lugar, por más que tuviese todo como podría quererlo. Sabía que estaba allí para vivir nuevas experiencias y conocer nuevos lugares, industrias, gente y aspectos culturales. Quedarse en un mismo lugar lo condenaría a futuro.
El último aspecto que tenía en su mente era el emocional. Estaba seguro de que no quería generar lazos lo suficientemente fuertes como para atarse a una persona, o a un grupo de personas. Esto significaba: Nada de novias, nada de amigos fuertes, nada de grupetes. Como buen backpacker, quería mantenerse libre en todo sentido, eligiendo de manera independiente su próximo paso en cada oportunidad.
Al mes de haber llegado a Australia la situación del mundo era otra: La Pandemia había ganado terreno, se había todo al reverendo carajo, las fronteras se habían cerrado y el turismo internacional había muerto.
La Pandemia se había hecho fuerte en gran parte del mundo y muchos de los viajeros que andaban dando vueltas emprendieron el regreso a sus países de origen.
Max se había convertido en el último backpacker.
“Hijo de puta, dejá de subir historias a Instagram de paisajes tremendos que hace un año no salgo del departamento” le tiraba, parte en joda, parte en serio, un viejo amigo de la oficina que llevaba un año trabajando desde casa, mitad en el departamento que compartía con su novia y la otra mitad en el de sus viejos luego de que el noviazgo llegara a su fin.
Definitivamente la idea de fracaso había quedado atrás y cada tanto sonría por aquella decisión acertada de cambiar su vuelo justo a tiempo y de haber conocido al oficial de migraciones chileno que lo dejó salir del país minutos antes de que saliera el vuelo.
En Australia conocía gente todo el tiempo porque respetaba a muerte lo que él había denominado las 4S: siempre en movimiento, sin apegos, siempre descubriendo y sin comodidades.
Conoció muchísimas historias y mucha de la gente que se cruzaba en su camino tenía el mismo objetivo: ver la manera de extender la visa y allanar el camino hacia la residencia. Otros tantos, ya rendidos ante estas posibilidades, buscaban emigrar hacia Nueva Zelanda y perseguir el mismo sueño.
Max se la pasaba en movimiento dentro de Australia y también su cabeza. Leí constantemente sobre posibles destinos, buscaba la manera de obtener la vacuna contra el Covid para poder ingresar a otros países, tiraba el “tipito” de Google Maps sobre diferentes rincones del mundo para ver qué había más allá de los lugares que recomendaba la gente y la internet.
Max tenía un solo objetivo por delante: vivir nuevas aventuras.
Con el tiempo el mundo fue volviendo a cierta normalidad. Australia estaba un paso atrás por haber contenido durante tanto tiempo el Covid hasta que finalmente cayó. El proceso de vacunación llegó un poco tarde pero luego fue acelerado, por lo que la famosa ola de Coronavirus fue relativamente corta y éste logró salir ileso de la Pandemia.
Dicha normalidad conllevó a que las visas comenzaran a llegar a su fin, las extensiones de las mismas se detuvieron y los pocos extranjeros que quedaban en el país debían buscar un nuevo destino. La gran mayoría de ellos decidió regresar a casa.
A Max ni loco se le cruzaba por la cabeza volver. Se había ido con la promesa de recorrer diferentes puntos del universo y si bien existían decenas de dificultades, no era algo imposible. Sabía que debía ganar un poco de tiempo y luego sería un poco más accesible.
“Amigo, volvete, no seas boludo. Mientras todos estuvimos encerrados vos la pasaste de 10, así que, si bien no recorriste todo lo que dijiste, ni loco es un fracaso, es un éxito el tuyo. Venite que en la oficina te necesitamos”. La palabra “oficina” le dio escalofríos. Llevaba casi tres meses trabajando en un resort pegado a la Gran Barrera de Coral y nadaba día por medio entre peces de los más maravillosos colores.
En un mundo que parece al borde de explotar, en un planeta que se destruye día a día, en una cloaca de países siempre al riesgo de expandir su olor a bosta entre los ciudadanos, completamente ciegos y carente de emociones, enamorados de lo material y el dinero, Max seguía con una sola idea en la cabeza: seguir descubriendo algo nuevo.
Max seguiría su camino y más tarde que temprano igual buscaría cumplir con su cometido, el de vivir nuevas experiencias en nuevos lugares. En un mundo donde los viajeros se encontraban al borde de la extinción, Max se había convertido en el último backpacker.