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Mirame bien

Imaginá que estás viajando en un subte cargado de gente, en plena hora pico, contra una puerta que abre y cierra como puede ante la falta de mantenimiento que tuvo ese coche en los últimos 20 años.

Imaginate que de repente, ante el silencio de los pasajeros que parecen hologramas que destellan sus pantallas de celulares y una sordera absoluta de lo que ocurre a su alrededor mientras ocultan el mensaje de "si escuchás el volumen muy fuerte en tu celular tu pequeño cerebro puede volverse aún más pequeño", un niño comienza a pedir una moneda para poder llevar un pedazo de pan a sus cuatro hermanitos que lo esperan en una casilla del Barrio Rodrigo Bueno.

 

Y sí, lo primero y más fácil que se te cruzó por la cabeza fue "seguro lo mandan a pedir y los viejos están tomando vino en Constitución esperando que el wacho traiga algo para comprar más chupi", porque claro, eso lograron lo que están de acuerdo con reproducir esa realidad que nos toca vivir a diario.

 

Pero de repente, ese niño decidió pararse frente a la misma puerta en la que vos estás apoyado y para colmo, la maldita Línea C vuelve a andar con demoras y te clava entre San Martín y Lavalle durante un periodo que parece eterno.

 

El subte arranca de golpe pero no tarda en clavar los frenos. El peque se cae para un costado y vos, que lo mirabas con cierta ternura porque su cara eso generaba, tuviste el impulso de estirar tu brazo para atajarlo. Él mucha reacción la verdad que no tuvo, está más que acostumbrado a los golpes, a ser zamarreado, a caerse al piso. Pero más acostumbrado está a levantarse.

 

Te mira sin necesidad de decir gracias, sabés que por dentro te lo está diciendo, pero la verdad es que está cansado de dar las gracias por unas pocas monedas o por un paquete de galletitas Macucas que son horribles pero valen $9 porque es lo poco que queda dentro del programa Precios Cuidados.

 

Sentiste alegría de saber que tus impulsos funcionan basándose en lo que realmente sentís, no te traicionaron dejándolo caer, más allá de que pensaste que no servía de nada darle una moneda porque seguro lo fajan igual en la casa y encima se caga de hambre.

 

Pero en un instante sentiste un golpe de realidad: vos a esa edad, que sería a los 9 o 10 años, no estabas pidiendo monedas en un subte de Capital Federal, estabas jugando con tus amigos en el barrio de Belgrano, mientras tu vieja te preparaba la chocolatada con alfajores de maicena.

 

De repente el subte retoma vuelo y en tan solo 60 segundos llegaste a la estación Lavalle. Se bajó. Te quedaste raro. Te quedaste pensando en un montón de cosas: Su vida, tu vida, tu pasado, su futuro, ¡tu futuro! Y entre tanto pensar te diste cuenta de una cosa que al menos en ese efímero momento pareció valioso: Pensaste. Reflexionaste. Analizaste la situación, el contexto, la estructura. Sentiste la necesidad de saber más, de entender, de comprender.

 

Quizás, en ese momento, eso lo fue más importante que pudiste haber hecho.

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