Esta historia no debería escribirse, de hecho nadie me autorizó a hacerlo. Si en algún momento del relato usted se siente parte del mismo, por favor abandone la lectura. Los sucesos que voy a relatar no tienen margen de error, mi memoria jamás olvidará lo que ocurrió en la casa del lago durante la cuarentena obligatoria. Éramos 16 jóvenes hambrientos por ganar dinero y por sobrevivir a la pandemia más importante que nos había tocado vivir hasta el momento.
La casa del lago era nuestro hogar y la cosecha de frutas nuestro trabajo. Teníamos una misión y la misma nos llevaría dos meses, el tiempo que duró la cuarentena, aunque no lo supimos hasta mucho después. Nadie se imaginó que, por aquellos tiempos, algo tan maligno podría estar ocurriendo.
Marianne llegó al lugar sin saber con lo que se encontraría, como nos pasó a todos. Estaba sola, su amiga había elegido quedarse en la gran ciudad pese a la amenaza del virus. Nos presentamos uno a uno y seguimos nuestro camino. Había sido un día de mucho trabajo, largas horas y peso pesado.
El dia siguiente seria libre, por lo que aprovechamos la noche para juntarnos y disputar algunos partidos de pool. No había nadie demasiado bueno, tampoco había alguien que jugara peor que Marianne. Fue esa noche en que todos lo notamos: Tony estaba transpirando, estaba cansado y tosía con la garganta seca.
Mientras que la preocupación crecía llegó el señor Daya a la casa, propietario del inmueble y de la compañía que nos daba el trabajo. Llegó con tres amigos, dos de ellos alcoholizados, y la juntada no tardó en picarse. Hubo algunos agites y no éramos de quedarnos en el molde. La cosa escaló rápidamente pero no llegó a pasar a mayores debido a que Tony comenzó a toser de manera ininterrumpida. Daya no dudó ni un segundo: tomó a nuestro colega del brazo y lo llevó hacia la habitación 5, que siempre permanecía vacía.
Tony quedó encerrado bajo llave. Daya había decidido ponerlo en cuarentena obligatoria, por la fuerza. No sabíamos si tenía el virus o no, pero no importaba, se mantendría alejado del resto por al menos 14 días. Estábamos todos muy asustados, si efectivamente tenía el virus, podíamos estar todos contagiados.
Esa noche Marianne tuvo sexo con Felipe. Nadie lo supo hasta que se filtró y se expandió rápidamente entre el resto de los integrantes del grupo. En la casa del lago no había secretos, todos sabíamos todo al cabo de segundos. Sabiamos que Rafa estaba profugo, tambien que Vincent era virgen, que Joe tenia fuertes problemas con el alcohol y que Francis estaba a punto de ser padre en su tierra natal. Nos habíamos convertido rápidamente en una pequeña familia ensamblada, en la cual nadie podría ocultarse en la mentira por mucho tiempo.
La Casa del Lago II
La Casa del Lago III
Nunca logramos saber quién fue, pero alguien se lo filtró a Daya. El jefe llegó a la casa antes que la policía y acomodó la situación para quedar bien parado. Pueblo chico, peso pesado, Daya tenía una estrecha amistad con el comisario, por lo que no hubo represalias, de hecho fue felicitado por cómo manejó la situación.
Tony estaba muerto. Según detalló el médico que se acercó al lugar, murió por el virus pocas horas antes. Todos fuimos testeamos para determinar si habíamos sido afectados o no, pero todas las pruebas resultaron negativas. Ni bien se retiraron la policía y el cuerpo médico, Daya pidió una reunión urgente con todo el equipo.
Hubo un minuto de silencio. No por Tony, sino porque aún tenía que acomodar sus ideas antes de lanzarse a hablar frente a todo el grupo. Lo cierto era que no estábamos consolidados como tal, recién nos empezábamos a conocer y nadie sabía a ciencia cierta cómo debíamos manejarnos frente a Daya. De momento nos mantuvimos callados.
El mensaje fue conciso: A seguir trabajando como siempre, acá no pasó nada y a cuidarse del virus. Cualquiera que se expusiera al mismo quedaría encerrado bajo llave por 14 días como ocurrió con la primera víctima.
Antes de retirarse Daya se acercó a Marianne y le pidió conversar por un momento. Por haber desacreditado sus órdenes, quedaría exenta del bono por producción que nos tocaba percibir semanalmente. De modo que sólo cobraría el básico en sus primeros día de trabajo, un golpe duro para arrancar la temporada.
La lluvia seguiría algunos días más, por lo que nuevamente no tendríamos que presentarnos al trabajo. Lean y Joe aprovecharon la jornada para agarrar una de las camionetas y viajar a la ciudad más cercana. Era el segundo error que se cometía en la casa, Daya nos había prohibido viajar más allá del mini-mercado que teníamos a unos 10km. Otro conflicto se avecinaba.
La Casa del Lago IV
El regreso al trabajo fue el último día para Lean y Joe que decidieron aventurarse en la camioneta del jefe. Claramente teníamos un topo dentro del grupo, Daya contaba con toda la información sobre lo que ocurría en la casa. Fueron los primeros despedidos, nadie saltó a defenderlos, Daya necesitaba marcar la cancha porque en pocos días su autoridad había sido puesta en duda en varias ocasiones.
Fue al llegar a la huerta que él mismo los subió a una de sus camionetas, mantuvo una charla con ellos y los llevó hacia el pueblo más cercano para que lograran conseguir un hospedaje. Todo esto en plena cuarentena, los chicos no la tendría fácil, pero estaba solos, nadie sabía a ciencia cierta dónde Daya los había dejado y el grupo de whatsapp que habíamos armado no tenía mucha participación desde que nos habíamos quedado sin WiFi, nadie tenía señal.
La temporada agarró ritmo y empezamos a laburar fuerte y a juntar guita, a lo que habíamos ido. Fue una semana de trabajo, de calma, de austeridad y de aislamiento, no teníamos noticias de ningún lado dado que Daya nos había prohibido realizar comprar en el negocio local debido a los nuevos casos del virus. Él se encargaba de proveernos de comida semanalmente, y nos lo descontaba del pago.
Pero todo cambió el día 30.Día en que recordaríamos por mucho tiempo, para siempre seguramente. El día 30, la paz reinaba en la casa, algunos comían y otros simplemente miraban una peli en el living, pero de repente Joe apareció en la casa, golpeando con fuerza las ventanas de la casa para que le abriéramos las puertas.
Abrímos y entró corriendo, estaba golpeado, mojado y asustado. No lograba armar una frase completa, le costaba expresarse y hacernos saber lo que estaba ocurriendo. Al calmarse nos contó lo que había pasado. Ese día, al que denominamos día 1, Daya los llevó en su camioneta y los golpeó hasta dejarlos inconcientes. Se despertaron encerrados, en un sotano, sin tener idea dónde. Daya nunca apareció, jamás recibieron bebida o comida, pero afortunadamente, las grietas del sotano les permitieron tomar un poco de agua de lluvia con cierta regularidad. En esos días también lograron comer algunas frutas, era lo que había allí abajo.
Le preguntamos dónde estaba Lean, por qué no estaba ahí con él. Pero la suerte de Lean había sido distinta, estaba débil, escaparon juntos pero no llegó hasta la casa. Había quedado a mitad de camino. Joe nos pidió que fuésemos a buscarlos mientras comía con las manos un poco de arroz con vegetales que Marianne había preparado. Lo había extrañado, sus ojos mostraban su felicidad por verlo nuevamente.
Corrimos hacia el lugar que Joe nos había indicado. Estaba oscuro, no fue fácil, pero finalmente lo vimos. Estaba tirado en el piso, al costado de la ruta, no mostraba señales de vida. Intentamos despertarlo pero no hubo caso, era tarde, Lean había cruzado el túnel. Nos miramos desconcertados, ¿qué estaba pasando realmente?
Volvimos hacia la casa y nos reunimos para discutir sobre el tema, era el momento de unirnos y enfrentar a Daya, pese a que algunos dentro del grupo dudaban del relato de Joe, y otros, entre ellos seguramente el Topo, recomendaban seguir adelante como si nada hubiese pasado para no quedarse sin laburo y en la calle debido a la Pandemia.
Fuimos cuatro los que nos subimos a la camioneta, desautorizando nuevamente a Daya. Manejamos cerca de una hora y media hasta el pueblo cabecera de la región, una pequeña ciudad con menos de 500 habitantes. En la calle principal había luces, locales abiertos, un puesto de comida en una esquina y hasta gente sentada en una mesa de un bar. Nuevamente, ¿qué estaba pasando?
Entramos al bar y había gente adentro, no entendíamos cómo esto podía estar ocurriendo durante la Cuarentena obligatoria. Hablamos con el bartender, queríamos saber si conocía el paradero de Daya, sabíamos que vivía en ese pueblo y todo el mundo lo conocía. Nos dijo que no sabía cuál era su casa, pero que visitaba el bar regularmente, que quizás llegaría en breve. Luego preguntamos por lo que estaba ocurriendo, cómo hacían para tener el bar abierto, pero el Bartender sorprendido nos dijo que desde que el país había bajado a Nivel 1, 10 días atrás, no había problema con abrir este tipo de establecimientos.
Fue en ese momento en que nos miramos y casi sin decirnos nada, todos coincidimos en que Daya nos tenía cautivos, casi igual que a los chicos, pero con agua y comida. Teníamos la camioneta, estábamos solos, el resto había decidido quedarse a un lado de lo que ocurría para mantener el empleo. Lo defendían, miraban con dudas a Joe, no le creían. No tardamos en decidirlo, nos subimos a la camioneta y manejamos, sin mirar atrás.
FIN
Crónica de una Pandemia anunciada
La Casa del Lago I
La jornada de trabajo posterior al día libre fue rara. Faltaba Tony. También fue rara para Marianne, ya que Felipe tomó la postura de novio y agarró su mano al llegar a la huerta. Nadie entendía muy bien la situación, ella tampoco, pero la cosa fluyó sin que nadie interviniera. Daya fue muy claro con el tema Tony: Nadie podía acercarse a su pieza, él se encargaría personalmente de brindarle agua y comida durante su aislamiento.
Al regresar a la casa nos encontramos con un panorama desolador, muy diferente al de todos los días. La mayoría se fue directo a su pieza o a la ducha. Alguno que otro pasó por la cocina para preparar la cena, otros picaron un snack y a la cama. No había ánimo para mucho más, no solo porque había sido un día largo luego de una noche complicada, sino que el clima era tenso en la casa. Esa misma noche quedará en nuestro recuerdo como una de las peores: hubo una gran tormenta que nos dejó a oscuras durante toda la madrugada.
Eli y Lean durmieron juntos en el living como solían hacerlo cuando querían privacidad. Todos en la casa ya sabíamos cómo venía la mano así que los dejábamos a solas. Las habitaciones eran compartidas, por lo que no era fácil encontrar momentos íntimos. Para ellos también fue una noche difícil, los truenos no contribuyeron con el sueño y menos lo hicieron los nuevos inquilinos que habitaban la casa, según descubrieron: dos ratas enormes ganaron terreno entre todos nosotros.
En la casa solíamos recibir varias visitas, entre ellas pájaros que merodeaban el bosque, patos que disfrutaban del día en el lago y gallinas que lograban alcanzar la deseada libertad de la granja de nuestro único vecino en la zona, quien residía a unos 100 metros de nosotros. Andy era un tipo raro, de unos 50 años, con un pasado oscuro y un juicio encaminado que lo podía poner tras las rejas. Dependiendo del día pasaba a saludarnos, en otras ocasiones agachaba la cabeza y seguía de largo.
Marianne fue la primera en notarlo, la tormenta nos había dejado con el modem quemado y la conexión de internet terminada. La señal en la casa era inexistente, por lo que de alguna manera habíamos quedado aislados. Para ella era una tragedia, hacía tan solo 48 horas que había llegado a la casa y eran todas malas noticias, ahora ni siquiera podía estar en contacto con su familia y sus amistades, estaba, y se sentís, completamente sola.
El que se encargó de acompañarla fue Joe, con quien pegaron onda en cuestión de minutos. Había algo natural entre ellos, lo notamos todos, excepto Felipe que de momento no caía en la cuenta. Pero ya caería. Fueron días de poco trabajo por el mal clima y puertas adentro de la casa tampoco había mucha actividad por la situación de incertidumbre, miedo y desesperanza que nos tocaba vivir. Tony seguía encerrado y dudábamos de que Daya realmente se estuviera haciendo cargo de su situación. Necesitaba ver a un médico y en ningún momento notamos que recibiera la visita de alguno.
La séptima noche Marianne no pudo contenerse y decidió acercarse a la puerta de la habitación de Tony. Nadie se había animado, Daya nos había pedido mantener distancia para no contraer el virus, y todos le habíamos hecho caso. La pieza de Tony quedaba en la otra punta de la casa, separada de las instalaciones. Esa noche Marianne golpeó su puerta.