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Tesis Viajera

Un nuevo relato me lleva a contar mi experiencia personal de realizar una tesis en medio de un viaje por Nueva Zelanda con mi Working Holiday Visa, que de momento se extendió más de la cuenta.

 

Comencé a pensar en dejar la Argentina a mediados de 2019, poco tiempo después de que partiera mi querida perrita Ángela. Esa idea se convirtió en proyecto cuando logré obtener mi Visa para NZ en septiembre del mismo año, dos meses luego de finalizar las cursadas de mi Maestría en Comercialización y Comunicación Publicitaria en la Universidad del Salvador.

 

Si bien había dado mis primeros pasos, terminando el Plan de Tesis e iniciando la búsqueda de material y demás, mis pensamientos desde aquel momento en que obtuve la Visa se volcaron hacia el deseo de viajar y todo lo que conlleva dejar el país, en un principio, por tiempo indefinido.

 

Soy un amante del Excel, debo confesar, y durante mis tiempos muertos en el laburo y en mi departamento (alquilado, no mío en sí), abría mi querido archivo llamado “Nueva Zelanda” en el cual agregaba contenido sobre lugares para conocer, posibles trabajos, costos de todo tipo de cosas y demás.

 

Obviamente la Tesis quedó en un segundo, o tercer, plano ya que al mismo tiempo que planificaba mi viaje tenía que ir armando mi salida del país, publicando todo lo que poseía en internet para intentar venderlo, rescindiendo el contrato de alquiler, yendo a visitar a mis viejos a la Costa, haciendo trámites y muchas cosas más.

 

El fin de año pasó volando y en enero decidí tomarme vacaciones para no perderlas y me fui 15 días al Norte del país, tan solo un mes y medio antes de irme de Argentina. Fueron dos semanas increíbles por Tucumán, Salta y Jujuy y lo hice principalmente porque era uno de mis viajes pendientes y porque en algún lugar de mi cerebro algo me decía “hacelo porque quizás jamás vuelvas a pisar estas tierras”. 

 

Claro está, también tuve que planificar ese viaje, sacar pasajes, hostels y todos los preparativos que conlleva armar un buen paquete de vacaciones de manera autosustentable.

 

Ya ni sé en qué plano había quedado mi tesis para este momento, pero lo cierto fue que para cuando andaba dando vueltas por Nueva Zelanda, a unos cinco meses de haber arribado al país, me propuse retomar mi proyecto que para ese momento prácticamente significaba empezarlo de cero.

 

Decidí hacer un parate en la Capital del país, Wellington, y hacer un HelpX durante un par de semanas y meterle por lo menos tres horas por día a mi gran deuda universitaria. HelpX es una plataforma de intercambio donde se realizan diferentes trabajos a cambio de habitación y/o comida. En este caso, había conseguido una casa preciosa, con una buena ubicación y un excelente wifi a cambio de reconvertir prácticamente por completo el jardín que tenía al frente.

 

La de desastres que hice en ese jardín… era mi primera experiencia como “jardinero” y la verdad que hice lo que pude. Más allá de eso, era un momento en mi viaje en que sabía que tenía que enfocarme en la Tesis y meterle a más no poder porque luego seguiría moviéndome y difícilmente podría sentarme con la computadora por un tiempo aceptable para meterle al proyecto.

 

Trabajaba en el patio durante la mañana, me iba a un rato a la playa o a jugar al basquet a la tarde y luego, excepto dos veces por semana en que daba clases de español en un instituto, salían mates y tesis desde el atardecer hasta la noche. A veces incluso hasta la madrugada. Estaba inspirado, había un aspecto positivo que me motivaba y que tenía que ver con la desgracia que atravesaba el mundo: La Pandemia del Coronavirus.

 

La prolongada cuarentena en Argentina me permitía saber que en caso de finalizar mi tesis iba a poder defenderla de manera virtual y no iba a tener que regresar al país para acercarme hasta la Universidad a hacerlo. Cuando decidí partir tenía pensando volver a completar dicho estudio y meterle de lleno a la tesis hasta finalizarla y defenderla para luego volver a partir. Con el Covid, podía hacer todo de manera online desde cualquier parte del mundo.

 

Parte del proceso tuvo que ver con conseguir un director para mi proyecto. En el medio de mis idas y vueltas con la USAL, el coordinador de la Maestría renunció y la carrera quedó prácticamente acéfala. Mientras tanto yo le seguía metiendo, el proyecto era una realidad y mi archivo Word “algún día voy a terminarla” comenzaba a pintarse de Arial 12, interlineado 1.5.

 

Si bien a grandes rasgos los hago quedar bien, a los forros de Manaos los mandaría a tomar por culo porque me prometieron una entrevista en tres oportunidades y jamás me confirmaron una fecha. El proyecto terminó avanzando sin ellos y terminó siendo un Estudio de Caso completamente analítico.

 

Con mi director allanamos el camino y el Word pasó a llamarse “Tesis de Maestria”, algo un poco más serio. Sin embargo, mi partida de Wellington rumbo al norte de país me llevó a bajar la intensidad y el avance era mínimo. Ahí fue cuando generé mi lema: nunca detenerme.

 

Por poco que hiciera, debía seguir siempre avanzando, por lo menos dos páginas por semana. Ya me había pasado de colgarme por varios meses y retomar era extremadamente complicado porque no recordaba si quiera cómo se escribían las citas, según normas APA, claro.

 

De modo que más allá de estar con un grupo de amigos laburando en el campo, yendo a la playa prácticamente todos los días y andando en bici por lugares increíbles, los días de lluvia me salvaban las papas y me obligaban a sentarme por lo menos un rato con la computadora.

 

Merecidas vacaciones y luego a la otra punta del país: Cromwell. Sur de la Isla Sur. Ahí el laburo era duro y arrancaba a las 6am, por lo que mi dedicación era cada vez menor. Fue un mes y medio de poco avance, pero en mi mente había algo que me decía: Esto es ahora o nunca.

 

Hablé con mi amigo Mauricio con quien cursé la Maestria para encontrar algo de motivación ya que él había arrancado la Tesis mientras cursábamos y la tenía realmente atada. “Olvidate, la recontra colgué y no pienso retomarla. Quedará en una Maestría sin título, ya fue”. Me pasó lo mismo con mi amiga Inés que prácticamente no tenía ni tema. No encontraba apoyo moral en ningún lado y mis ganas de tirar la toalla comenzaba a asomarse.

Sin embargo, en el fondo soy muy exigente conmigo mismo y sabía que no me perdonaría tirar por la borda un proceso de tantos años y de tanta guita. Si bien la Maestria era una herramienta para mí cuando decidí estudiarla, principalmente para irme de Provincia Microcréditos y pegar el salto a un banco de gran escala.

 

Sí, en ese momento cumplió su propósito y en este no me servía absolutamente para nada, pero igualmente sentía ganas de cerrar el ciclo.

 

Me puso un nuevo objetivo luego del verano: Alcanzar el 75% de mi tesis para el cierre del otoño. Me armé un gráfico de avance y le puse número a la cantidad de páginas que estimaba me llevaría cada capítulo. El proyecto fue tomando forma y el objetivo me servía para ordenarme un poco. Ahora tenía que organizar mi vida en torno a ello.

 

Conseguí un trabajo part-time en un laboratorio haciendo control de calidad en el pueblo costero de Mount Maunganui. Mi jornada era de 6 a 11, seis días por semana y vivía a tan solo 10 minutos de bicicleta en una casa muy linda donde alquilaba una habitación.

 

Eran dos meses en los que debía enfocarme y meterle al proyecto. Por lo general luego del trabajo volvía a casa, almorzaba, me iba a la playa hasta las tres o cuatro y luego Tesis.

 

Alcancé mi objetivo y cerré la temporada con el 75% de la tesis hecha y planifiqué mi siguiente paso de cara al invierno: trabajar en un centro de Ski en la Montaña Ruapehu de la Isla Norte en el área de alquileres de equipos.

 

Mi idea era la de terminar el proyecto en mis tiempos libres, viviendo en el pueblo de National Park y -suponiendo- nada para hacer y muchísimo frío. Era el lugar perfecto para prácticamente no tener distracciones.

 

Fue todo lo contrario porque la movida del Staff era una locura. Todos los días había algo para hacer, juntadas, fiestas, cumpleaños, caminatas, etc… No había tiempo para concentrarse, o si lo había necesitaba descansar porque quedaba muerto.

 

Cuando parecía que una vez más el proyecto iba a quedar en el olvido, apareció un caso de Coronavirus en Auckland, la ciudad más grande del país, y la confirmación de la variante Delta puso en Nivel 4 de cuarentena a toda la región. Así fue, un caso y todo el mundo encerrado. Fue perfecto.

 

Llegó el frío, cuarentena y encima me seguían pagando el sueldo. De modo que mi mente se predispuso para liquidar el proyecto: Tenía por lo menos 4 semanas para terminarlo y ahora más que nunca, era a todo o nada.

 

Y así fue, me metí de lleno con el proyecto hasta completar ese deseado 100%. Mi director también se metió de lleno con el tema y me hizo una devolución al poco tiempo con unas pequeñas correcciones que logré acomodar y así cerrar de manera definitiva el documento.

 

Hacer una tesis mientras se anda viajando y viviendo en diferentes lugares, laburando de cualquier cosa, encarando nuevas aventuras y conociendo gente constantemente no es fácil, pero tampoco es imposible.

 

Mi método puede no haber sido el mejor, pero a mí, a la larga, me dio resultado. No detenerme fue clave y planificar bien mis temporadas de trabajo y de estadía en relación al clima también me permitieron una clara organización para encarar ese esquema de porcentajes de avance que me propuse.

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