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Otra Historia del Destino

Un grupo de amigos decide dejar su pueblo y probar suerte en la gran ciudad. Historias reales que no sólo relatan anécdotas, sino que representan un manual de supervivencia para aquellos que quieren seguir un mismo camino.

La historia nunca pasa a la historia

si se escribe y se revive, si se reinventa y se recuerda,

si acompaña o representa,

pues entonces siempre será parte del presente.

 

Todas las personas viviremos una gran cantidad de episodios,

situaciones o momentos completamente inesperados,

 caídos del cielo, buenos y malos.

Obras del Destino.

 

El dueño de lo único mágico que tiene la vida:

 lo impredecible, lo impensado, lo insospechado.

Ese camino no se puede evitar, tampoco planificar,

solamente se puede vivir.

Ese camino se escribe por sí solo.

Pocas otras cosas en la vida tienen verdadero sentido.

Las anécdotas nunca son escritas antes de ser vividas,

siempre son resultado de algo fuera de la lógica del pensamiento

y de las acciones intencionales de las personas.

 

He aquí una simple señal, una muestra de su poderío.

He aquí un espacio para demostrar la gratitud que se le

puede tener hacia ese fabuloso y queridísimo destino

que hoy, está escrito.

Gran Alfombra Roja

 

Están aquellos que simplemente creen en la suerte y en el poder de la misma para determinar el futuro de las personas. Esa suerte es una especie de blanco o negro, donde las cosas pueden ocurrir o no. Hay personas que incluso son capaces de apostarle su vida a dicha suerte, capaces de arriesgarlo todo, no solamente en todo su dinero, sino también a su propia familia, sus amistades, ¡su propio perro!

 

Pero aquel que mete una bala en un revolver y juega a la ruleta rusa no va a depender precisamente de la suerte, sino simplemente de que le toque o no gatillar en el momento en que la bala esté lista para salir o para permanecer guardada.

 

Se trata de desenlaces más que de suerte. Si se comete un determinado acto el resultado puede ser blanco o negro, o gris en algunos casos, pero generalmente, a grandes rasgos, de una manera u otra.

 

El Destino va mucho más allá de eso, rompe con todas las opciones y conclusiones. Se presenta de manera inesperada e imprevisible para modificar la realidad y cambiar el rumbo de lo que debería ocurrir “naturalmente”.

 

No necesariamente tenga que ser un cambio de paradigma, quizás sea solo por un humilde momento, quizás simplemente afecte a una o dos personas, o quizás, también, signifique un cambio radical en el mundo.

 

No se trata de algo “divino”, sino de un estado de mente. Es claro que esos actos del “destino” son resultado de un suceso previo, la cuestión recae en si uno puede verlo venir o no. Se trata de situaciones completamente fuera del pensamiento, de sorpresas que golpean de manera repentina al ser humano, tanto para bien como para mal.

 

Claro que siempre están aquellos que dicen “voy a hacerlo, me la juego, y si no sale como yo imagino, será porque el destino lo quiso así”. Pero no, eso es más bien echarlo a la suerte, al otro bando.

En el tramo final de la película “La Suerte Está Echada”, el narrador desarrolla su propia visión de la suerte y del destino, dejando abierta la posibilidad de que uno puede (y en cierto modo debe) buscar a su propio destino:

           

“Es verdad, la suerte cambia todo el tiempo. Cada decisión que tomamos, cada intención detrás de cada acto es un pase de magia en el universo, un giro de la trama que nos coloca en un bando o en el otro (de los afortunados o de los desafortunados). La suerte es la suerte, lo importante es lo que haga cada uno para encontrarse con su propio destino”.

           

Sin embargo, estamos quienes revertimos esta ecuación para decir que en realidad uno puede inclinar un poco la propia suerte, sólo en algunas situaciones, para que juegue a favor de lo que uno intenta lograr. Pero el destino es tan imprevisible que uno no puede torcerlo, mucho menos encontrarlo.

 

Por otro lado, si aceptáramos esta idea de que lo importante es lo que cada uno haga para encontrarse con su propio destino, queda descartada la idea de que el destino puede ser algo desafortunado, porque siendo sincero, ¿quién buscaría un destino que ni siquiera quiere?

En todo caso, si uno puede buscarlo también debería poder evitarlo.

           

Nuestro Propio Camino

           

Eran tiempos de búsqueda, tiempos de cambio. Éramos un grupo de amigos unidos, solidarios, compañeros. Debíamos partir, debíamos darle una señal a nuestras almas y salir a encontrar ese algo que aún no sabíamos que era, ni dónde buscarlo.

 

Eran tiempos de euforia, de ilusión, de vida. Solo teníamos que dar el primer paso y los siguientes los daríamos sin tener que siquiera pensarlos, sin tener que mirar hacia abajo. Allí estábamos, el uno para el otro y el otro para el uno, como en los viejos tiempos, como en los momentos felices y en los momentos de penurias.

 

Había que tirar para adelante, apretar el acelerador al máximo y dejar sin ningún tipo de pésame todo lo que teníamos y habíamos conquistado hasta el momento (que no era mucho). Pusimos las cartas sobre la mesa y dejamos varias cosas en claro: no había vuelta atrás, ni por amores, ni por familia. No se podía volver, ni por los perros ni por el sonido del mar. Nada de pasajes ida y vuelta, no había doble mano en nuestra carretera.

 

De esa manera decidimos partir, de esa manera comenzamos a vivir una nueva vida. Lejos del pasado y de los recuerdos, pero aún más lejos de eso que nos hacía pensar que estábamos condenados a morir en una tierra sin promesas, en un pueblo alejado de todo, en un rincón olvidado del mundo. Nos enfrentábamos a la suerte y al destino.

 

Irnos del pueblo hacia la gran ciudad era como una especie de debut sexual. Una vez que uno lo hace por primera vez puede relajarse hasta nuevo aviso, como si la misión se hubiese cumplido. Luego, para una segunda oportunidad, uno tiene más confianza, más conocimiento, y más entusiasmo. Más dinero también seguramente...

 

Lo importante era eso, dar el primer paso, ponernos en marcha. Luego le encontraríamos la vuelta a lo que viniera, estábamos seguros de que juntos íbamos a poder salir adelante y que estaríamos ahí para apoyarnos mutuamente para que las cosas salieran bien. Era cuestión de embarcarnos en nuestro propio camino.

 

Made In Maraja

 

Las despedidas siempre son complicadas, o eso dicen aquellos que alguna vez partieron. Lo que sucede es que no sólo uno pierde a quienes deja detrás, sino que aquellos que se quedan pierden a alguien que se va.

 

La familia siempre está latente, pendiente de los pasos que cada integrante del grupo realiza. El árbol familiar entero sabe dónde está cada uno, desde los tíos hasta los primos, desde los abuelos hasta los bisnietos.

 

Despedirnos no sería nada fácil, ni siquiera sabíamos con certeza si estaban de acuerdo o no con nuestra decisión, porque pese a que a cada uno de nosotros nos habían dicho “nosotros te apoyamos”, no estábamos del todo seguros. Lo que si sabíamos era que el día del “adiós” revelaría verdaderamente lo que ellos pensaban.

 

_ Acá sos “Pappo”. ¿Allá quién vas a ser? ¿Quién te conoce? No te olvides que acá la gente grita tu nombre cuando jugas para el Social, cuando andas de acá para allá con la motito, cuando vas y volvés del mercadito. No te olvides, acá sos Pappo. ¿Allá quién?

_ Voy a formar una vida de cero ma, voy a conocer gente nueva y voy a seguir siendo “el Pappo del pueblo”.

_ No Pappo no… Un negrito más, eso vas a ser, uno más…Espero que por lo menos no te olvides de lo que viviste en estas tierras, espero que no sea tarde cuando te des cuenta de lo que dejaste atrás y quieras volver, porque estoy segura de que va a llegar ese día en que vuelvas. Solo espero que nosotros sigamos acá para recibirte.

_ No sé qué haré el día de mañana ma, solo espero que ustedes no me den la espalda.

_ Ay Pappo… Hijo querido. Te vamos a estar esperando, deseándote lo mejor, pero esperándote. Siempre vas a tener las puertas abiertas y tu pieza va a estar como la estás dejando, aunque claro, un poco más limpia y sin todos esos pósters del Beto Acosta, pero va a estar igual, lo prometo.

_ Gracias ma. Y lamento que papá se haya olvidado de que hoy me iba, pero mandale saludos y decile que después me escriba.

_ Si mi hijito, no te preocupes que yo le aviso. Portate bien, y viví la vida que querés vivir, no te lo pienso impedir.

 

Para Pappo no era nada fácil marchar, quizás era el que menos entusiasmo tenía y el que más dudas arrastraba. Sabíamos de antemano que iba a extrañar muchísimo, que lloraría durante su exilio, que añoraría todas y cada una de las tradiciones costeras, y que tarde o temprano sufriría por estar lejos y por no poder volver.

 

El caso de Tincho fue un poco más particular porque su familia estaba totalmente dividida y prácticamente ni se hablaban. Para el momento en que partimos su madre estaba saliendo con un compañero nuestro de la escuela y su padre tenía un puestito de pescado fresco cerca del faro de Punta Médanos. Su hermana no le dirigía la palabra y día por medio le robaba algunos pesos de la billetera. Esto era, en parte, porque el viejo ni siquiera aparecía para tirarles unos mangos.

 

Por lo tanto, no hubo más sufrimiento que aquel que vivió durante tantos años en la propia costa argentina. No hubo despedida, él ya se había ido hacía un largo tiempo de los corazones de la gente, la única diferencia era que nuestro amigo Tincho esta vez se marchaba físicamente del pueblo que lo vio nacer, se iba para no volver.

 

El Pega, que portaba con orgullo dicho apodo, nunca fue un tipo casero ni mucho menos. En la escuela cursaba de tarde básicamente para no tener que darles una mano a los viejos en la verdulería, mientras que trasnochaba casi todos los días con su novia Cecilia (durante el año y medio que duró su noviazgo). Pero esas fueron las buenas épocas, en otras, de soltería, solía caer en brazos de alguna gordita que lo conquistada el viernes, o el sábado, en algún bar de mala muerte de la localidad vecina de San Bernardo.

 

Excusas sobraban para pasar la menor cantidad de tiempo posible dentro de su casa. Él siempre sostuvo que “la casa está para dormir, comer y cagar”. Aunque claro, siempre agregaba que en épocas de poca guita “también puede cumplir otras funciones”. Lo cierto es que por lo general lo salvaba la camioneta del viejo, que en realidad mucho no se la prestaba, pero las llaves siempre estaban a mano. Para no dejarlo en banda con esta confesión, a nosotros también nos salvaba la chata, sobre todo para salir los fines de semana o para hacer algún viajecito a una costa cercana.

 

Pero en este viaje El Pega dejaba lo más importante que tenía en su vida, algo que siempre lo acompañó, en las buenas y en las malas, eso que él siempre va a llevar en su corazón y que recordará hasta el día del juicio final: El Mar. Y sí, no puedo no escribirlo con mayúscula, El Pega era un enamorado del Mar. Su vida era el surf y su pasión era nadar.

 

Se sentía libre, se aventuraba en las sudestadas, era capaz de enfrentar cualquier tormenta, de vencer todos los miedos y luchar por lo que soñaba. Eso era el Mar para nuestro amigo, no solo un gran charco de agua como para muchos, sino que era su compañero de vida, de fábulas, su mil y una anécdota, y como siempre solía decir: “el mar es mi amigo fiel”.

 

Los viejos lo apoyaron en todo momento y fantasearon un poco: El Pega sería el primero de la familia en ir a la Universidad. No era poca cosa, su hermano había dejado la escuela en noveno grado y el miedo de que marcara tendencia estaba latente.

 

Su hermana, un año menor, también soñaba con irse a estudiar en la Ciudad, pero todos sabíamos que simplemente quería irse a Buenos Aires para vivir con su novio Chalo. cosa que de hecho luego ocurrió.

 

Recuerdo a esa pareja… Típico caso de cuando uno va por la calle y de repente ve a una chica de la mano con un chico y piensa… “la ley del embudo”.

 

La del Pega fue una despedida hermosa, con vino y cerveza, chorizo y asado, helado y flan casero. Fue como “un domingo en familia”, así como muchos lo imaginan, una jornada feliz, con muchísima alegría. Se iba, se marchaba la esperanza, partía el egresado en busca de un título universitario, todos muy contentos y hasta me animaría a decir que estaban un poco alcoholizados…

 

Yo ya estaba un poco acostumbrado a las despedidas. Siempre supuse que así de igualito sería mi funeral, toda la familia ahí por compromiso mirando la hora y preguntando “che, a qué hora termina esto”.

 

Por eso decidí pensar una estrategia distinta para mi partida, algo que definitivamente evitaría una situación de ese estilo, una trampa que, al fin y al cabo, me salió para la mierda.

 

Les dije a mis viejos que al final parecía que no me iba, que todo el tema de irnos a La Plata había quedado boyando, que aún no habíamos conseguido pensión y que en la facultad aparentemente no habíamos sido bien anotados.

 

Claro que me creyeron, pero mi hermano no…Él mismo se encargó de investigar y dar con las pruebas: teníamos una lista de pensiones del diario El Día, un borrador con los horarios del tren desde Dolores a Constitución para ahorrarnos unos mangos, y hasta teníamos anotados las aulas de los cursos de ingreso.

 

Todo agendado, pero por supuesto, muy escondido en un armario. En mi armario. Por eso mismo fui delatado. Mis viejos nunca me dijeron nada. Sabían que a mí no me gustaban las despedidas y no quisieron complicarme las cosas.

 

Primero me despedí de mi mejor amiga, de mi querida y viejita perra. Le dije algunas cosas que en el pasado nunca me había animado a decirle y me fui un poco aliviado, sabía que eso que le decía era algo que no podía permanecer dentro de mí el día que ella muriera. Me fui sin saber si volvería a verla.

 

Mis viejos me saludaron como si nada cuando les dije que me iba a dormir a lo de El Pega. Lo sabían todo, y a mi vieja casi se le escapa. Ninguno emitió comentario, la postura de mi viejo fue cómplice y ambos guardaron silencio. Me vieron cerrar la puerta y la mirada de vieja quedará siempre en mi memoria: estaba al borde del llanto, aunque con más ganas de darme un fuerte abrazo.

 

En ese momento me hicieron un gran favor, pero en el final me di cuenta que hubiese preferido una despedida tradicional porque para decir la verdad, no puede ser de otra manera…

 

Pasé a visitar a uno de mis grandes amigos antes de marchar. Él era un año más joven y por eso le aseguré que contaba conmigo para cuando quisiera emigrar a la gran ciudad. Charlamos de muchas cosas y nos abrazamos fuerte. Noté que lagrimeaba un poco, no tanto porque yo me iba, sino porque él se tenía que quedar.

 

Finalmente, antes de partir le dije algo que salió desde lo más hondo de mi corazón: “me encantaría que vinieras conmigo, pero prefiero que te quedes acá. De alguna manera siento que así hay alguien cuidando todas esas cosas que yo no me puedo llevar”.

 

Luego de las despedidas caminamos hasta la ruta once. Teníamos 320 KM por delante y ningún transporte directo. Podría llegar a irnos bien o mal, pero mejor seguir las pulsaciones de lo que sentíamos antes que sufrir el peso del tiempo sobre los arrepentimientos de lo que pudo haber sido ese deseo de marchar.

           

Y no piensen los oyentes

Que del saber hago alarde;

He conocido aunque tarde,

Sin haberme arrepentido,

Que es pecado cometido

El decir ciertas verdades.

 

(Martín Fierro - José Hernández)

 

Era cantado, lo afirmaba todo el mundo, vivir en otro lugar y arriesgarnos a todo por nuestros propios medios nos llevaría a conocer otra parte del mundo y a crecer en muchos aspectos. Solo era cuestión de animarse y justamente a eso estábamos totalmente dispuestos.

 

¿Qué nos depararía el Destino?

 

Todos hablamos del Destino como si nada, como si supiésemos de qué se trata, como si con el simple hecho de nombrarlo nos sintiéramos más seguros, al punto de creer que lo conocemos y que no le tenemos miedo.

 

En realidad, no se trata de tenerle miedo, pero sí respeto. Se trata de entender que el Destino es todo, pero a la vez es nada. Aquellos que pasamos horas y horas intentando darle un significado al Destino somos como aquellos que buscan encontrarle una respuesta a lo que significa el Amor, o a lo que pueda llegar a haber luego de la muerte.

 

No podemos definirlo. Tampoco podemos asegurar lo que es la felicidad, ser feliz. ¿Pero acaso no podemos asegurar en cuestión de segundos cuando uno es infeliz?

 

Quizás por ahí podamos tirar del hilo, ¿Qué sería lo opuesto del Destino? ¿Saber lo que vendrá? No. Porque justamente todo aquello que podemos saber puede llegar a cambiar por el poder del Destino. Nada, ni lo mejor planificado, tiene la certeza de que no va a ser modificado.

 

Y entonces, volvemos a la imposibilidad de definirlo.

 

El Destino es todo, todo lo que vendrá. El Destino es nada, porque si hay algo que es todo, entonces es nada. Es nada porque al ser tan amplio no puede ser analizado, entonces no nos sirve.

La palabra Destino aparece en el treinta por ciento de los poemas de Borges. Sin embargo, no hay un solo intento por definirlo, siempre lo menciona, como si todos supiéramos a que se está refiriendo:

 

"He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino".

 

Ojo, hay que dejar algo en claro, la gente común (y me incluyo) no entiende un comino lo que escribe Borges, pero ver la palabra Destino en un gran porcentaje de sus escritos puede llamar poderosamente la atención.

 

¿Será el Destino simplemente lo que utilizamos para explicar lo que no podemos explicar, lo que no sabemos?: “Y bueno, si pasó eso será porque el Destino lo quiso así”. ¿O cuántas veces escuchamos a la gente decir que “el Destino lo determinará”?

             

Borges escribe:

El tiempo, ya que al tiempo y al destino

Se parecen los dos: la imponderable

Sombra diurna y el curso irrevocable

Del agua que prosigue su camino.

 

Y puede que este acercamiento a una comparación tenga algo de sentido. El tiempo se parece al Destino, porque son dos cursos irreversibles, que no podemos cambiar, que no podemos anticipar. Son dos soles en nuestras vidas sobre los cuales giramos sin podernos detener, y sin poderlos frenar.

Pero a mí nunca me gustó Borges.

 

¿Qué nos depararía el Destino? Cuántas preguntas sin respuestas, sin sentido, pero que pregunta tan hermosa. Tan interesante e intrigante. ¿Qué hay más allá de lo que sabemos que va a pasar?

 

De todas formas, no aparecerá a lo largo de este relato ninguna respuesta a todas estas incógnitas, incluso aparecerán más y más preguntas. Porqué justamente eso es lo lindo que tiene la vida, la ausencia de respuestas a todos esos interrogantes que nos solucionarían todos los problemas.

 

Este relato puede tratarse de una simple recopilación de historias que nos ocurrieron durante un periodo de nuestras vidas, acompañadas por reflexiones y pensamientos que en muchos casos nos ayudaron y en muchos otros no tanto. Pero también puede ser leído como un manual de supervivencia para todos aquellos que alguna vez pensaron en bajar los brazos y darse por vencidos.

 

El destino y la eterna incógnita, el futuro y nuestro presente abocado a él, el pasado que siempre se encuentra al acecho para condenarnos de alguna manera u otra y el hoy que se presenta para desafiarnos con un camino que afrontamos con la mochila cargada y un pasaje en blanco hacia una nueva parada incierta.

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