Matemos los pájaros, salvemos la fruta
Una nueva temporada de trabajo en el campo me lleva a conocer aún más los procesos productivos y mis valores e intereses vuelven a ponerse en jaque debido a mi amor por los animales y mi intención de volcarme al veganismo. En este tiempo de cosechas aprendí que el maltrato animal no es ajeno a la producción de frutas y verduras, en casi todos los rubros corre, al menos, un poco de sangre.
Diciembre me encontró en la Isla Sur de Nueva Zelanda, listo para ponerle el cuerpo al trabajo nuevamente luego de una linda recorrida en bicicleta por parte del norte del país (mi cuento “2 ruedas en el camino” cuenta un poco esta aventura) y una breve estadía en Auckland para realizar un HelpX, en el cual participé de un proyecto periodístico.
La temporada de cerezas suele ser una de las mejores para juntar algo de guita en un corto tiempo ya que es necesario recolectar toda la fruta de un año de cosecha en tan solo unas 8 semanas. El pago, como en gran parte de los trabajos del campo, es por producción (por balde de 5kg recolectado en este caso) y el trabajo no es tan pesado, aunque sí tedioso.
“A trabajar de sol a sol y despertaste con la luna” dice el Pato Fontanet en la canción “lo que se dice y lo que se hace” y así es la temporada de cerezas, arrancando el laburo a las seis de la mañana y finalizando cerca de las tres de la tarde. En esas horas: a meterle. El pago es bueno si uno trabaja duro ya que recién luego de recolectar los primeros 16 baldes se empieza a percibir un bono por producción de siete dólares neozelandeses por unidad adicional. Los rápidos promedian 40 baldes, otros (como este simple mortal) intentamos llegar a 30 y otros van “por el mínimo”, apenas llegan o pasan los 16 como para cumplir.
En una de las tardes de trabajo comencé a escuchar sonidos, como disparos de escopeta. Consulté con una compañera y me dijo que eran unos dispositivos que usaban en el campo para asustar a los pájaros que venían en busca de fruta fresca. No me pareció algo loco, está más que claro que se utilizan diferentes mecanismos para ahuyentar a los animales que en busca de alimento destruyen parte de la producción.
Un tiempo después de finalizar la temporada de zucchinis en Kaitaia (donde escribí el relato “crece el hambre y el desecho”) me enteré que los dueños del campo en el que trabajaba salían por las noches a dispararle a los conejos que visitaban los campos para que no pudiesen comerse los cultivos. Me pregunto si es más barato trabajar durante la noche y comprar balas de escopeta antes que dejar que un par de conejos se coman unos cuantos zucchinis.
El dinero que mueven las cerezas es gigantesco y si bien son muchos los países productivos, son pocos los que concentran el gran porcentaje: Turquía, Estados Unidos, Irán e Italia lideran el ranking (Chile es el principal productor en la región). A nivel mundial se producen unas 2.5 millones de toneladas y Nueva Zelanda contribuye con apenas 5.000 ocupando el puesto 50, incluso por debajo de Argentina que se ubica en el 34, según datos de Atlas Big y del gobierno de NZ.
La ventaja de la mayoría de los países es que China no alcanza a producir todo lo que su país demanda, por lo que se convierte en el principal destino de gran parte de la producción de los países de Oceanía (Australia y NZ). El costo por Kilo a nivel local, en el supermercado de Cromwell, pueblo en el cual se ubican el 85% de los campos de cosecha de cerezas, es de entre 18 y 25 NZD (13 y 17 USD). Las de 2da selección se consiguen por la mitad.
Algunos días después de aquel acontecimiento volví a escuchar el sonido de escopeta. No le di mucha importancia, aunque me intrigaba saber si efectivamente eran ruidos o estaba escuchando disparos reales. Sí me pude percatar ese día, de que, a diferencia de la vez anterior, en esta ocasión trabajaba en uno de los campos abiertos, sin el enorme tinglado que protege a los árboles de la intromisión de aves.
Esa “tarde-noche” (oscurecía a las 22:30hs) Nos juntamos en la casa de algunos integrantes del equipo y me tocó ir caminando, atravesando una parte del campo en el cual nunca trabajo pero que quedaba lindero a donde estaba viviendo, dentro del predio de la misma empresa. En esos 200 metros de distancia pude ver cuatro pájaros muertos, tirados en el pasto, algunos con sangre en sus cuerpos. La hipótesis de los disparos cobraba fuerza, por lo que opté por preguntarle directamente a mi supervisor al regresar al trabajo.
Tuve que esperar un poco, las lluvias acecharon la zona y estuvimos cuatro días consecutivos sin recolectar fruta (dos por los feriados de año nuevo ya que en NZ tanto el primero como el dos de enero son no laborales). Fue la lluvia más extensa de los últimos 20 años y gran parte de la cosecha se vio dañada, generando el cierre de la temporada en varios de los pueblos aledaños (Alexandra, Clyde y Roxburgh). En esos días llegaban personas en manadas en busca de empleo, pero la empresa en la que yo trabajaba también había sufrido grandes daños: el 30% se había perdido por completo.
Al cese de la lluvia era imprescindible secar la fruta para que el agua no se filtrara dentro de la fruta y la convierta en desecho. Para ello, la empresa contrata a una compañía de helicópteros que sobrevuela los campos y remueve el agua de la fruta con el poder de las hélices. Increíblemente, y para tener una dimensión del dinero que esta fruta mueve, este servicio tiene un costo de 2.500 NZD por hora, siendo necesarios cinco helicópteros, por unas tres horas cada uno (¡más de 25.000 USD secar la fruta!).
Luego del largo parate por año nuevo y la extensa lluvia volví al trabajo. Comprobé lo que temía: efectivamente, se realizan disparos para matar a los pájaros que se acercan a los campos a buscar un poco de comida. También se usan otros mecanismos para ahuyentarlos.
Existen múltiples regulaciones y “consejos” sobre qué armas usar para matar a los diferentes animales que pueden entrometerse en las cosechas. Se habla de “eliminar humanamente” a estas “amenazas” y se aconseja principalmente el uso de trampas. Conejos, roedores, serpientes, pájaros y muchos otros animales suelen perder estas batallas.
Se habla de “agricultura ecológica” cuando “se basa en usar, principalmente, estiércol animal como fertilizante para la tierra. Y el estiércol animal procede, en su mayor parte, de animales que permanecen encerrados y criados para proporcionar carne, leche o huevos”, según indica un trabajo elaborado por una revista digital especializada en el tema. Esto me llevó a pensar que el veganismo que tanto anhelo es realmente complicado, aunque claro, siempre va a ser mejor minimizar el impacto y el daño animal, desde esta perspectiva.
Volví a escuchar disparos mientras trabajaba y me dieron ganas de renunciar inmediatamente. Por fortuna, eran los de ahuyentar y no disparos reales, ya que evitan dicho accionar mientras estamos los trabajadores en la zona, pero igual ya tenía la idea en la cabeza. Me encontraba trabajando para una empresa multimillonaria que producía fruta para personas con gran poder adquisitivo en otra parte del mundo y para ello asesinaban pájaros y conejos y me pagaban (bien, pero podría ser mucho mejor acorde a lo que ganaban) dos mangos.
Por fortuna la temporada era corta y al poco tiempo finalizó mi trabajo en el campo. Me quedó un sabor amargo, por haber sido parte, pero luego me di cuenta que casi siempre uno lo es. Podría volver a usar el concepto de “Doomer” para expresar mi sensación, pero poco sentido tiene profundizar tanto en ello ahora.
Será cuestión de quedarse con lo menos malo, como solemos hacer en tantas cosas en nuestra vida.