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Gente que no sabe estar sola

Cuando comenzó la nueva cuarentena en Nueva Zelanda (agosto 2021) me encontraba trabajando en la Montaña Ruapehu, haciendo la temporada de Ski en la pista Whakapapa como integrante del área de alquiler de equipos para Ski y Snowboard.

 

Vivía a pocos KM de Ruapehu, en National Park, en un hotel/hostel que combina huéspedes permanentes (staff del lugar y empleados de la montaña) y casuales, que visitan el lugar por pocos días para hacer algún deporte de invierno.

Durante los dos primeros meses de trabajo logré hacer amistad con la mayor parte de mi equipo, formando principalmente un grupo de unos 10 integrantes con los que nos juntábamos frecuentemente. Desafortunadamente ninguno de ellos vivía en mí mismo hospedaje, sino que andaban por casas o alojamientos de la zona.

Dentro del hospedaje siempre mantuve amistad con las chicas que trabajaban en el lugar (una colombiana y dos eslovenas) y con una pareja de Hong Kong (que se fue días previos a la cuarentena), más una pareja de jóvenes, locales, y un sueco que es realmente un personaje divino.

"Dale, vení a la juntada, no seas antisocial" me dijo una de las eslovenas a una semana de cuarentena cuando la mayoría de los huéspedes se reunían a compartir una cena, esas en las que cada uno lleva algo y se comparte. Eran nulas mis ganas de participar, no me despertaba interés en absoluto.

La realidad era que hacía dos meses que vivíamos todos juntos y nunca nos habíamos juntado, cada cual hacía la suya o formaba parte de su propio grupo acotado. Dentro de esos grupos se encontraba uno de argentinos y otro de locales/australianos más jóvenes que el resto.

Sí, todo el mundo esperaría que yo integrase la latinada, pero lo cierto es que durante mi paso por Nueva Zelanda siempre busqué integrarme con personas de habla inglesa y con diferentes culturas, principalmente para practicar el idioma y para adquirir nuevos conocimientos de otros lugares del mundo.

Mismo antes de viajar formaba parte de un grupo que se había armado en Buenos Aires mediante Facebook, todos con pasajes para el mes de marzo 2020. Era un grupo muy lindo, solíamos juntarnos a charlar y tomar algo en bares de la Capital o incluso en mi departamento que era punto medio para la mayoría.

 

Fui el primero en llegar a Nueva Zelanda, el resto tenía vuelo para las dos semanas siguientes. La intención de todos (ellos) en el grupo era trasladarse al Monte donde "van todos los latinos" para hacer la temporada de kiwi. Lo cierto fue que ni bien llegué a Auckland organicé mi siguiente paso y me fui Pauanui, Peninsula de Coromandel, para formar parte de un equipo de trabajo repleto de europeos.

Siempre tuve en claro que para realmente meterme de lleno con el inglés y aprender (y aprehender) hábitos y costumbres de los locales y de personas de otros países, debía alejarme de mis raíces. Nunca le encontré sentido a viajar al otro lado del mundo para estar rodeado de argentinos, hablando castellano todo el día, tomando fernet y yendo a fiestas latinas.

 

Sí debo admitir que el mate no pude dejarlo y obviamente algunas amistades de mis pagos hice, como Francisco, un santiagueño más bueno que el pan y Germán, un cordobés que es totalmente lo opuesto básicamente, pero damelo siempre.

Volviendo a National Park, tuve alguna que otra conversación con el grupo argentino, pero nunca me integré ni tuve muchas intenciones de hacerlo. Con la llegada de la cuarentena mi interés no cambió, ni tampoco encontrar puntos de encuentro con otros huéspedes del lugar, prefería intercambiar algunas palabras con aquellos que ya tenía buena relación y con mi grupo del trabajo con los que solíamos caminar juntos, respetando los protocolos del Nivel 4 de Lockdown.

 

"No seas antisocial" me había dicho mi amiga y a mí me causó muchísima gracia, porque algunas personas creen que ser social es estar en un mismo espacio que el resto, sobre todo si están todos en ese espacio menos vos. Recordé a una charla que tuve con una amiga en la que yo planteaba que -obviamente- los seres humanos somos seres sociales, pero ¿qué tan sociales tenemos que ser? ¡Tema que da para rato!

Me fui dando cuenta con la cuarentena que muchas personas no pueden estar solas, se abruman con su propia soledad, no saben qué hacer y sufren no tener con quién hablar o compartir el rato. Actividades nuevas constantemente, juntadas entre personas que durante dos meses no habían intercambiado un diálogo y ahora forzaban una amistad, etc.

 

Por mi parte, más allá de ser un amante de la soledad y sólo mantener relación con quiénes realmente quiero, aproveché la cuarentena para terminar mi tesis de maestría, compilar mi nuevo libro "Historias Extraordinarias de Seres Comunes", avanzar el proyecto de desarrollo APP para el Political Compass y retomar el estudio del idioma italiano que lo tenía un poco -bastante- olvidado.

Me di cuenta que existe cierta estigmatización sobre aquellas personas que realmente disfrutan -y saben- estar solas. Tildar a alguien de antisocial es realmente negativo y si bien a mí en lo personal no me causa nada, a otros quizás sí, porque define que esa persona no puede, ni quiere, integrarse socialmente.

 

Elegir con quién uno quiere juntarse y con quién no, simplemente te hace ser fiel a vos mismo, o misma, y te hace aprovechar realmente el tiempo de la mejor manera y valorar las amistades reales a los que uno le dedica momentos de su vida.

A veces siento que esa gente denominada "sociable" por el hecho de estar siempre juntándose con otra gente es, al fin y al cabo, gente -valga la redundancia- que no sabe estar sola.

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