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Binge Drinking

Una nueva experiencia laboral en Nueva Zelanda me lleva a conocer una problemática que tiene un término específico y que, si bien podemos decir que también existe en Argentina (y posiblemente en gran parte del mundo), representa un daño concreto para los jóvenes de este país, aunque posiblemente esconda algo aún mucho peor.
 

Nueva Zelanda tiene niveles altísimos de suicidio adolescente. Según algunas estadísticas, lidera el ranking mundial de esta categoría o se ubica segunda (casi 15 por cada 100.000). Sin embargo, las causas no son fácil de detectar y se manejan varias hipótesis. 
 

"La alta tasa de suicidios está influenciada por otros factores, como el sesgo de los maestros en las escuelas, que excluyen a los niños, el origen socioeconómico, la pobreza, las influencias culturales y la desigualdad", declaró Vivien Maidaborn de Unicef Nueva Zelanda en una entrevista reciente.
 

Cuando uno vive acá se imagina que los ciudadanos prácticamente no tienen problemas. Se respira paz y tranquilidad, bienestar económico y todo tipo de oportunidades. Pero claro, eso ocurre cuando uno lo compara con nuestro país. Si bien tienen otras formas de medir sus indicadores, para ellos existe la pobreza y para mucha gente ser pobre es una desgracia.
 

El trabajo en el Laboratorio donde testeo la calidad de la fruta kiwi me permitió relacionarme con muchos jóvenes adolescentes ya que cuentan con una especie de programa donde muchos chicos y chicas en edad escolar (entre 15 y 17 años) trabajan de 6 a 8am y una vez finalizada su jornada van al colegio. El propio laboratorio dispone de una combi y uno de los empleados se encarga de llevarlos hasta la escuela.
 

Son un grupo grande y van rotando, no todos van todos los días. Me costó semanas romper el hielo con ellos, son sumamente tímidos y miran para abajo cuando alguien se acerca. Ni siquiera dicen “hola” o “chau” cuando llegan y se van, se sientan de a pares para no estar solos, aunque tampoco se hablan mucho entre ellos. 
 

El baloncesto fue una forma de acercarme a Robert y a Nirai. Ambos juegan en lo que se llama “la liga social”, donde van cada dos semanas a un predio y arman partidos. Le pregunté a Nirai si le interesaba jugar en una liga más “profesional”, con entrenamientos y partidos oficiales. 
 

“No, no me gusta tener que manejarme con presión, prefiero ir a jugar así y listo”, me contó en un tono tan bajo que cada dos por tres me lleva a consultarle ¿“What?” mientras me habla. 
 

Cuando yo tenía su edad tuve que entrar a jugar una final a cancha llena y con un partido super parejo. Siempre preferí ser titular, no me gustaba ir desde el banco porque sentía que estaban todos más sueltos y yo ingresaba con una presión adicional de tener que aportar algo nuevo a lo que ya estaba en la cancha. Sin embargo, esa presión, como tantas otras en la cancha, siento que me ayudaron a hoy manejar mejor la presión de otras situaciones. Son cosas que como se dice en el barrio, “te curten”. 
 

Los jóvenes acá buscan escaparle a la presión. Me lo mencionaron los demás del equipo de trabajo y algunos otros que fui conociendo a lo largo de este viaje. 
 

Ese bienestar que hay en el país también impone cierta presión. Si no sos exitoso o exitosa, sos un fracaso. Hay un gran número de jóvenes que arman familia relativamente temprano: entre los 23 y los 26 años se casan y empiezan a tener hijos. Ese proyecto familiar les da cierto amparo de triunfo, lograron construir algo por si mismos. 
 

“Si sos gay en edad escolar ni loco salís del closet. Fingís que no lo sos y rezá que nadie se entere”, me contó hoy uno de los pibes cuando noté que hacían muchos chistes relacionados con la homosexualidad.  
 

Este tipo de bullying, y tantos otros tipos, existe y seguramente existe en todo el mundo. Todos lo vivimos o lo vimos en algún momento. El problema es que no todas las personas pueden manejarlo de la misma manera, algunos lo sufren más que otros y eso puede tener un enorme impacto negativo. 
 

“Dos de mis amigas se suicidaron”, me contó Cushla de unos 23 años. “Una cuando teníamos 14 y la otra hace dos años. Ambas compañeras de colegio”. Indagué sobre las causas y me dijo que la primera no pudo manejar la presión social luego de una dura ruptura con el novio, que la había engañado y la había convertido en la burla de todo el colegio.
 

La otra había sufrido abandono desde pequeña, pasando por diferentes orfanatos y hogares de acogida. Luego había tenido “fracasos amorosos” y problemas con el alcohol, motivo que llevó a que le quitaran un hijo cuando tenía 17 y otro previo a que cometiera el suicidio. 
 

“No hay suficiente apoyo ni asistencia en materia de salud mental” opinó Cushla, que reflexionaba un largo rato sobre mi pregunta. “Sabés que este tema nunca lo charlé con nadie, no es algo común acá hablar de este tipo de cosas”, agregó un tanto desconcertada. 
 

Conocí a Andra cuando me tocó hacer dedo luego de recorrer el Parque Nacional Abel Tasman. Es canadiense y trabaja de “support worker” en una línea telefónica de asistencia para personas que necesitan conversar sobre problemas personales. La emplea una ONG que recibe fondos del Gobierno Nacional. 
 

“Me llaman por todo tipo de pelotudeces que no lo podés creer. El otro día una llamó porque le molestaba el volumen de la música del vecino”. A veces parece que la ausencia del tipo de problemas que tenemos en Argentina los lleva a “hacerse la cabeza” por temas que para nosotros serían mucho más simples de resolver. 
 

Sin embargo, “por el tema del alcohol es por lo que más recibo llamados”, me reconoce Andra y me cuenta que muchos llaman pidiendo ayuda voluntariamente porque entienden que los está afectando y quieren salir de ese pozo. Muchos de esos llamados provienen de gente joven. 
 

Fui llegando a uno de los grandes temas: Binge Drinking. 
 

Muchos jóvenes en Nueva Zelanda toman para emborracharse. Ese es el objetivo y si se alcanza rápido mejor. Recuerdo varias noches en Wellington, la capital del país y ciudad universitaria por excelencia, donde la calle era una pasarela de pibes y pibas completamente doblados. 
 

El Binge Drinking es peligroso no solo porque puede terminar en un coma alcohólico o en algún efecto directo producido por el alto consumo de alcohol, es peligroso porque esconde algo detrás: olvidarse de todo aquello que la mente quiere olvidar. 
 

“No es mi caso porque de mi grupo de amigas soy siempre la que maneja, pero la gran mayoría sí sale para emborracharse. De hecho, se toma fuerte antes de entrar a un bar o boliche, en la previa hay mucho vodka, Jägermeister y otras bebidas blancas para que el efecto sea mucho más rápido”, me cuenta Cushla.
 

Cuando uno recorre pequeños pueblos de Nueva Zelanda lo que siempre va a encontrar es un Liquor Store. En este país los supermercados solo pueden vender vino y cerveza en el rubro bebidas alcohólicas, todo lo demás se compra en los negocios de licores. Recuerdo cuando vivía en Kaitaia, que es una ciudad de 5.500 habitantes: 2 Liquor Stores. 
 

Como mencioné al inicio, es muy difícil llegar a una conclusión sobre por qué el nivel de suicidio adolescente es tan elevado en este país (la violencia familiar también contribuye en gran medida), pero de seguro el Binge Drinking ayuda a tirar del hilo de saber que hay algo que se esconde detrás de esa necesidad de escape o de demostrar (en el caso de los varones, que son “hombres duros”). 
 

El Binge Drinking es un problema en si mismo por los efectos directos, pero claramente es un síntoma de algo más. Mi experiencia en este nuevo trabajo me abrió las puertas a conocer una pequeña parte de esta realidad, que es bastante diferente a la de nuestro país, pero lo importante es reconocer que quizás lo que a nosotros no nos parezcan problemas graves, para otros pueden serlo, porque cada uno tiene su propia escala de valores.

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