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El Amor en Tiempos de Dujovne

Jorge de Tinder I

Jorge llegaba tarde a su trabajo, casi como siempre, y sabía que las altas esferas de la compañía, o, mejor dicho, su supervisora, no perdía de vista la aguja del reloj a centímetros del 09:15 cada mañana, de lunes a viernes.

Él no tenía la culpa: en un viaje diario de 60km por Autopista, o por las viejas vías del tren del ramal Roca, cumplir con la meta tiempo era como pedirle al gobierno de Mauricio Macri cumplir con las metas de inflación que anunciaba Marquitos Peña.

“Si llegás todos los días quince minutos tarde, salí quince minutos antes de tu casa y listo” le repetía todos los días su supervisora. Por dentro Jorge pensaba dos cosas: A veces salía quince minutos antes y llegaba veinte minutos más tarde, y qué lindo sería tener una casa de la cual salir para ir al trabajo.

 

Jorge vivía en un pequeño monoambiente en el centro de La Plata. Seguramente por la misma plata podía alquilarse algo más grande en las afueras, pero las agujas del reloj lo comprometerían aún más. De todas formas, 21 metros cuadrados no están tan mal después de todo.

Mientras sus compañeros tomaban mate y charlaban sobre la serie de Netflix que veía cada uno, él rápidamente se abocaba a sus tareas para no tener que quedarse después de hora y llegar aún más tarde de regreso a su monoambiente.

Al mediodía siempre el mismo dilema: “qué carajo voy a almorzar”, pensaba Jorge, siendo la vianda un anhelo que guardaría cada tupper sin estrenar que tenía tirado en una caja debajo de la cama.

“Jorge, vamos a morfar algo por ahí?” preguntó su compañero Damián. Había buena onda entre ellos, aunque los separaba la famosa grieta Argentina. El hincha de All Boys que se sentaba a su lado prefería pagar $3500 de luz pero no ver a Cristina en el sillón de Rivadavia.

Ese día Jorge quería despejarse un poco, por lo que la Peatonal Florida fue el paseo acordado para embellecer la vista y respirar “aire fresco”, o aquello que se respira en Capital Federal.

“Tendrías que venir a La Plata un día, es un pueblo grande, mucha paz, mucho verde y también banda de cosas para hacer, te va a gustar”. Pero a Damián le interesaba más otra cosa: “¿Qué tal las mujeres allá?”

Jorge estaba soltero hacía varios años. Tantos que ni siquiera recordaba bien cuántos. Sí tenía una imagen en su mente, la de su mano agarrada a la de su novia el día de la inundación de la ciudad, en un intento de cruzar Calle 51, a la altura del Teatro Argentino. Definitivamente fue en ese 2013 que tuvo su última novia, casi con seguridad.

De todas formas, ninguna mujer le duraba mucho tiempo. Un poco porque él pensaba que “el amor de su vida” debería ser más difícil de encontrar, que no podía ser la vecina del departamento de al lado o la compañera de la oficina, sino que entre más de siete mil millones de personas, su “media naranja” podría llegar a estar en otro país, incluso en otro continente. El otro poco era porque Jorge le escapaba a los compromisos.

Compraron unas empanadas en un local de Florida, casi esquina Sarmiento, y bajaron sentido a Plaza de Mayo para mezclarse entre un grupo de docentes que reclamaba contra el cierre de las escuelas nocturnas en Capital Federal. A Damián mucho no lo movilizaba esa lucha, casi ninguna lo hacía, pero sí había ido a la marcha “todos somos Nisman”.

Jorge no quiso ponerse a discutir con su colega, era un día donde no quería conflictos, por lo que aceptó un volante del colectivo docente y siguió a Damián que se escapaba del tumulto sentido a la Catedral. Se sentaron en las escaleras y se adentraron en el morfi.

_ Contame un poco de ese mundo, hace tanto que estoy de novio que si tengo que volver a la soltería no sabría ni por dónde empezar.

_ Olvidate, vos nunca vas a cortar con tu novia, sos pura fantasía Dami. Es más, para mí que en menos de dos años estás casado, vas a ver.

Damián convivía con Lourdes desde hacía casi cuatro años, en el marco de una relación de casi siete. Él siempre añoraba la soltería, se desvivía por ver otras mujeres, pero jamás había caído en las tinieblas de la infidelidad, ni siquiera había intentado hacerlo.

_ ¿Pero qué onda el tema de las APP’s, es todo para verse e ir a un telo de una?

_ Hay de todo, pero no, no necesariamente es así, es la misma gente que ves en tu día a día, pero en un espacio virtual, como los viejos chats. Te puede pasar lo mismo en la oficina, seguro hay algunas chicas que quieren conocerte y otras que seguro prefieren ir directo a la cama.

Jorge ya era un especialista en aplicaciones de citas. Su lema era “manda cada like como si fuera un superlike” y se enojaba con los amateurs que deslizaban su dedo a todo ritmo sin siquiera pasar a ver la segunda foto. Él hasta se tomaba el tiempo de leer la descripción antes de ir por el matcheo.

Los bombos sonaban con fuerza, al igual que las bocinas de los autos que querían pasar pese a la reducción de los carriles. Era un día típico en el centro porteño. El sol pegaba con fuerza, era el cuarto día consecutivo que anunciaban lluvia, pero sólo caían gotas de los aires acondicionados.

Se terminaba la hora de almuerzo y los chicos masticaban la última de las tres empanadas que cada uno compró en el local de Iván. Estaban por emprender la vuelta cuando de repente se acercó una chica, también vestida de oficinista, con un tupper destilando restos de ensalada, y se sentó en uno de los escalones inferiores, a tan sólo centímetros de ellos.

Fue cuando se pararon para emprender la retirada que la chica, que había mirado dos o tres veces de reojo, giró sobre si misma y preguntó con una sonrisa:

_ Vos sos Jorge, ¿no? ¿Jorge de Tinder?

La mente fantasiosa de Damián comenzó a trabajar cual hámster en una rueda. Quería meterse de lleno en la charla y hacer 200 preguntas. ¿Qué había pasado entre estos dos?, Se preguntaba. Jorge la miró fijo a los ojos y, con la cara picarona que lo caracterizaba, jugó la ficha que tanto le gustaba jugar: la del hombre sospechoso.

_ Puede ser. Respondió entre suspiros. 

Jorge de Tinder II

Jorge aceptó la propuesta de su amiga Gaby para encontrarse con su prima Maia en lo que fuera una especie de cita a ciegas.

"Yo creo que una de las formas más exactas para descifrar qué clase de hombre estoy conociendo es viendo cómo ordena el placar", dijo, y lo condenó: Jorge directamente no tenía armario, guardaba sus cosas en bolsas y aquello que usaba más seguido solía descansar sobre la silla de la pieza.

Sus últimas parejas habían sido chicas de entre 19 y 22 años, que vivían con sus padres, que prácticamente nunca habían viajado (más allá de una escapada a Santa Teresita en el verano) y que apenas tenían algo de guita en la SUBE, cuando no era el saldo negativo que implementó Randazzo en plena lucha por tener menor cantidad de pobres que Alemania.

 

En esta ocasión, si bien Jorge aún no la conocía, sabía que Gaby era Licenciada en Nutrición, que trabajaba en una clínica privada, que alquilaba un departamento en Belgrano y que iría a la cita en su Chevrolet Corsa con varios kilómetros, pero primera mano.

Jorge tenía una estrategia: sentar las bases de igualdad de género para dividir la cuenta entre los dos, nada de quedar como un machista pagando todo. El lugar del encuentro debía ser en el Centro, cosa de llegar en subte y volverse en el Plaza por Centenario ya que por Autopista se había vuelto un consumo de lujo.

 

La cena estaba servida, ella optó por Sushi y él fue directo a la Mila con Puré, tradicional y a precio promocional. Compartieron un vino blanco, no pudo zafar de eso, aunque sí logró persuadirla para que no elija el más caro.

 

La charla se dio naturalmente, Jorge preguntó por su bronceado, ella recién había regresado de vacacionar una semana en Buzios, lugar que él jamás había pisado. Robó cerca de una hora hablando de viajes realizados y de sueños valijeros, pero llegó la pregunta que lo pondría en jaque: ¿A qué te dedicás?

 

Fue de mayor a menor, pero dejándose un as bajo la manga para el cierre. Declaró ser “analista de finanzas”, con bastante trayectoria, siendo responsable de un área dentro del sector de salud. Luego profundizó que se encargaba de la parte administrativa, del área de reclamos, de una empresa de cobertura médica al viajero, para finalmente detallar que por su sensibilidad él siempre quiso quedarse en ese sector y ayudar a la gente en momentos tan difíciles, como cuando uno sufre alguna lesión estando fuera del país.

 

El remate le permitió seguir dentro del partido. No profundizaron en la temática sueldo ni en cuántas veces por semana iba al trabajo, por lo que salió jugando del centro.

Antes de que la charla se metiera en el terreno académico, Jorge buscó volver al maravilloso campo de recorrer el mundo y de la gente que anda viajando hace años y laburando en trabajos impensados para nosotros.

 

_ Leí sobre un programa en Irlanda que vas y trabajás un mes en una granja en el medio de las montañas, cuidando cabritas o sembrando algo en el campo. A cambio los propietarios te dan hospedaje y comida, es genial, me encantaría hacer eso y conocer aquellos lados.

_A mí me suena a esclavitud moderna. En realidad, es esclavitud, nada más que ahora, con la supuesta evolución del ser humano, la gente pide ser esclava, no como antes que secuestraban negros de áfrica para esas cosas.

 

Digamos que Maia tenía algo de razón, pero podría haber sido más suave. Jorge se la dejó pasar, no quiso entrar en debate, por lo que añadió que él lo haría sólo por unos días para conocer ciertos lugares y no garpar hospedaje. Ella también evitó pedir el VAR y la charla siguió normalmente.

 

_ Y bueno, la idea sería recorrer lo que me falta de Europa, mandarme para el lado de Rusia, y después bajar por Asia. Pero hay que ver, lo tengo que pensar bien. Sí sé que quiero ir para aquellos lados porque en esta región ya recorrí bastante por suerte.

_ Claro, te entiendo. A mí me pasa al revés, yo fui varias veces a Europa, también a partes de Asia, y fui varios veranos a Miami, sobre todo con mi familia cuando era chica, en los 90’, pero después salvo Brasil no conozco mucho. Me atrae Colombia, el Caribe, Quizás las Islas Galápagos de Ecuador. Ahora, lo que jamás pisaría sería Venezuela o Cuba, me dan asco esos países llenos de zurdos comunistas.

 

La cara de Jorge se transformó luego de las apreciaciones de Maia, que cuando cerraba la frase se tapaba la nariz como indicando que en esos países la gente olía mal.

 

Claramente, él sabía que tenía que evitar meterse en el terreno político e ideológico con ella, porteña de muy buena ley, recibida de la UADE, empleada en una clínica de Recoleta y fanática de Tan Biónica, difícilmente coincidirían en el aspecto político.

 

Jorge dudó por un momento, ¿estaba dispuesto a dejar eso de lado para pasar un buen rato y charlar divertidamente dejando que la cosa siguiera su curso hasta vaya a saber uno dónde? Claramente no, sus convicciones eran demasiado fuertes para dejarle pasar semejante declaración despectiva.

 

_ La verdad que Venezuela no conozco, ojalá algún día pueda ir. Ahora, Cuba es hermoso, más allá de las playas y las costumbres, la gente es maravillosa, super educada, respetuosa y solidaria. Yo estuve un mes recorriendo y me traje experiencias y amistades increíbles. Quizás te podrías dar una oportunidad a conocer esos pueblos antes de sacar conclusiones apresuradas.

_ Ya sé, ni me digas, bancás a Grabois y acampás con los comunistas de Quebracho para pedir pan, tierra y plan trabajar, ¿o cómo es el lema?

_ No, yo no soy comunista, soy peronista, por lo visto vos sos de derecha, ¿no?

_ Bueno, hasta acá llegué, ya me lo imaginaba por que la remera que trajiste puesta ni siquiera es de marca. Me retiro y te pido que no me vuelvas a escribir ni le digas a Gaby que me pida otra oportunidad para volver a vernos. ¡Saludos!

 

Terminó el partido, Jorge no tuvo reacción y se quedó boquiabierto viendo cómo Maia se retiraba del bar donde habían compartido la cena. Al vino todavía le quedaba un fondito y Jorge ni siquiera había terminado la Mila.

 

La vio marcharse un tanto aliviado porque no estaba a gusto con la cita, pero también bastante caliente porque no tuvo tiempo para retrucarle.

 

Bebió lo que quedaba del vino y pensó por algunos minutos cómo seguir su noche. Tomó un trozo de pan de la panera, lo cortó al medio, introdujo el pedazo de Mila que quedaba y se hizo un sanguchito. Fue una buena idea para calcular cómo saciar su hambre.

 

Y sí, terminó el partido y Jorge quedó eliminado en primera ronda. Se quedó con las manos vacías, bastardeado, golpeado por el discurso neoliberal de la nutricionista y encima tuvo que afrontar el costo de la cuenta, un costo que no valía lo que le había tocado vivir.

 

Esa noche, Jorge se convirtió en otro hombre, en una persona con una doble personalidad, un tipo que ya no se quedaría mirando desde el banco cómo los demás juegan. Esa noche, Jorge cambió, ese restaurante sería el último en atestiguar un fracaso suyo. Esa noche, Jorge se convirtió en Jorge de Tinder.

Jorge de Tinder III

El camino hacia el olvido de aquel amor que se escapó, o que el propio Jorge dejó escapar, incluyó muchos desvíos y peajes costosos, porque no sólo no podía reemplazar lo que alguna vez tuvo con ella, sino que, en cada nuevo intento de querer, o amar, terminaba añorando aún más a aquel primer amor.

 

Que un clavo saca otro clavo es tan falso como la propia frase, porque la mayoría de las veces éste se dobla y no llega a cumplir su objetivo. Lo mismo le ocurría a Jorge, que no podía llenar ese espacio vacío que alguna vez estuvo lleno por una persona que lo hacía sentir realmente feliz, realmente vivo.

 

El caso de Marisol quizás fue un extremo, quizás fue un acto del propio Diablo que buscó darle un golpe fuerte a Jorge para que éste, de una vez por todas, se animara a ir en busca de Romina y todo volviera a ser como antes.

 

_ Nunca las cosas van a volver a ser como eran, somos dos personas diferentes, ya pasaron varios años desde que fuimos la pareja perfecta.

_ No comparto Jorge, tenés que buscarla, tenés que luchar por ella. ¿Vos te creés que es tan fácil encontrar al amor de tu vida? ¿Vos creés que uno realmente puede encontrar a su “media naranja” en el banco del colegio, en el escritorio de al lado en la oficina, en el departamento contiguo del edificio? ¿No te parece demasiado fácil?

_ Es cierto, coincido con Kurko, no debería ser tan fácil. Es una cuestión de estadística, hay más de siete mil millones de personas en el mundo y la mitad son mujeres, por lo que hay tres mil millones y medio de potenciales amores. ¿Me vas a decir que la ideal para vos está al lado de tu asiento en el colectivo?

_ Sí… puede que tengan razón amigos, pero lo mío con Romina no es algo difícil, es algo imposible. Tampoco creo que el amor de mi vida tenga que ser algo tan complicado como decís Gasti. Lo bueno es que esta piba Marisol definitivamente no lo es.

 

Jorge había conocido a Marisol en un nuevo match de Tinder pocas semanas atrás. Solía romper el hielo con un chiste inocente y con una aparente intención amistosa, pese a que por dentro latía el deseo de llevarlas directamente a la cama.

 

Sonrisa picarona y mirada sensible, las chicas acostumbraban a dejarse llevar por la charla y así darle la oportunidad de conquistar sus corazones, algo que solía lograr gracias a su carisma y sus relatos fantasiosos que contenían entre un 10 y un 15% de realidad.

 

La tercera cerveza había sido la vencida, Marisol accedió a seguir la noche en el monoambiente de Jorge que por una cuestión de espacios y de mobiliario, no brindaba más opción que sentarse directamente en el somier de resortes hundidos.

 

_ Ponete cómoda que busco algo para tomar, ¿Te gusta el Pisco?

_ ¿Qué es eso?

 

Definitivamente no era la indicada. La correcta por lo menos hubiese preguntado si era Pisco peruano o chileno. La bautizó con el fuerte aroma de nuestros hermanos del Perú mientras que de fondo ponía Venganza Primavera de Sueño de Pescado. No pegaba una, la música no era de su agrado y la toz posterior al Pisco descartó un segundo chupito.

 

Jorge no era de ceder en lo musical, el disco sonaría hasta el final, pero sí fue a buscar lo que nunca faltaba en su heladera: una Palermo bien fría que seguramente había comprado en una oferta del Supermercado Día con su tarjetita roja.

 

_ ¡Ay qué lindo! ¿Cómo se llama?

El “gato hijo de puta” que siempre entraba por la ventana y le meaba la mesada esta vez servía de anzuelo para hacerse el amante de los animales.

_ Pancho.

_ ¡Qué genial! ¿Por el Papa?

_ Sí, por el Papa Francisco, un ídolo.

 

Suele decirse que para esconder una mentira hacen falta otras tres, y así sucesivamente, impidiendo salir de ese círculo interminable. A Jorge poco le importaba decir la verdad, ya ni siquiera le pesaba la conciencia, estaba cansado de siempre ser el bueno de la película y salir lastimado, “como Di Caprio”, agregaría él.

 

_ Sos una caja de sorpresas Jorge, nunca imaginé que te gustarían los gatos, yo tengo tres, los amo.

_ Sí, desde chiquito siempre hubo animales en casa y para los gatos siempre tengo un lugarcito en mi corazón.

 

La mentira aplicaba también para el otro “gato”, que había puesto al Ministro Dujovne al mando de la economía de nuestro país. Jorge siguió con un nuevo chupito de Pisco, necesitaba ganar coraje porque no sentía ningún tipo de atracción por Marisol, pero al mismo tiempo creía que debía superar a Romina, seguir adelante, darse una oportunidad y descubrir porque tantas mujeres usaban tantos filtros para las fotos de la aplicación.

 

_ Es raro, recién nos estamos conociendo, pero me siento muy cómoda con vos, nunca me pasa, me gustas mucho Jorge.

_ A mí me pasa lo mismo, como que ya tenemos mucha confianza y puedo ser totalmente como soy frente a vos.

 

El beso se sumó a las caricias y él no tardó en acercarse para finalmente acostarse sobre ella e intensificar el roce de sus cuerpos. Las manos tomaron protagonismo y el aire en el ambiente comenzaba a caldearse. Si ella hubiese apoyado su mano sobre la ventana seguramente hubiese dejado una marca similar a la de Rose en el Titanic.

 

_ Esperame, necesito ir al baño, ¿sí?

_ Dale, no hay drama, es esa puerta con el póster de Guillermo Moreno.

_ ¿Me acompañas?

 

Estaban a menos de cinco metros, era imposible perderse, pero era uno de esos momentos en que los hombres le dicen que sí a todo. Se levantó acomodándose un poco para evitar quedar como un adolescente y la tomó por la cintura para guiarla hacia el lavado.

 

_ Entrá conmigo, porfa.

_ ¿Al baño? ¿Pero no entiendo, querés que nos demos una ducha juntos o algo así?

_ No, necesito hacer mis necesidades, pero tengo una especie de fobia a estar encerrada en el baño sola y si no me acompañas seguro no pueda.

 

Siguiendo con la idea de que los hombres tienen el “sí fácil” en determinados contextos, Jorge accedió e ingresó al baño con ella.

 

Mientras ella se bajaba el pantalón y se acomodaba en el inodoro, él aprovechó para agarrar el cepillo y lavarse los dientes. Fue lo único que se le ocurrió en ese momento sumamente incómodo y que jamás había vivido.

 

El abuso del “sí” que venía derrochando Jorge nunca le permitieron intuir algo que, para ser sinceros, parecía ser algo imposible: Marisol no quería hacer “lo primero”, sino “lo segundo”.

 

El inodoro de Jorge era relativamente alto y cargaba una importante cantidad de agua que representaba una eficiencia de 100% en lo sonoro a la hora de medir el impacto de los desechos humanos contra el agua, por lo que, si bien era una sesión bastante tranquila en torno al ruido, ese sonido particular comenzaba a traumarlo.

 

Intensificó el lavado de sus dientes y desperdició decenas de litros de agua para incorporar sonido ambiente a la situación que le estaba tocando vivir. Pese a todos sus intentos, era inevitable para él no pensar en el choripán que había comido Marisol a la salida del bar, en la puerta de la estación de trenes.

 

Se lavó las manos pero el bidet se mantuvo seco y la imaginación se volvió la peor enemiga de Jorge, siendo ésta la culpable, se supone, de que él no pudiera concretar lo que había deseado toda la noche. El sol comenzaba a asomarse y la cama lo atraía como oveja a peón rural.

 

_ Vamos a dormir y mañana tranquilos seguimos, ¿Dale?

_ Sí, dale, yo estoy muerta también.

 

Jorge culpó al cansancio y al alcohol por su imposibilidad de actuar y pasaron la noche, o lo poco que quedaba de ella, durmiendo sin caer en la famosa “cucharita”.

 

La mañana siguiente fue un éxito: la acumulación de ganas lo llevaron a poner en un segundo plano el recuerdo de su paso por el baño junto a Marisol y de esa manera logró concretar algo que él mismo luego denominó como “increíble”.

 

Jorge ahora entraba en una gran dicotomía: había sentido mucha química en la cama y la había pasado mejor que nunca, pero no pasaría demasiado tiempo en tener que acompañarla nuevamente al baño, tanto para lo primero como para lo segundo.

 

_ No sé Jorge, es raro lo que contás, ¿la mina quiere que siempre la acompañes al baño?

_ Sí, siempre, cuando mea, cuando caga, cuando se baña. Además de que no me gusta para nada presencia esas cosas, pierdo banda de tiempo. El otro día estuve fácil veinte minutos ahí metido mientras cagaba. Yo no la puedo mirar encima, como que me habla y no la escucho porque estoy más pendiente de otros ruidos.

_ No sé cómo hacés… La verdad que el sexo debe ser demasiado bueno, sino es algo insostenible eso.

_ Y sí, justamente. Capaz tenga que cortar todo por lo sano. Me quedo sin ella, que me copa y la paso bien, pero gano quedándome sin eso de tener que acompañarla al baño.

 

El grupo apoyaba esa moción, era algo demasiado raro y Google tampoco aportaba mucho sobre ese tipo de fobias. La decisión había sido tomada: Marisol, su gran sexo y su temible fobia, quedarían en el pasado, pero nunca en el olvido.

Jorge de Tinder IV

Tenía que dejarla ir, había llegado el momento. Jorge sabía que no era para él, que jamás encontraría algo real en ella, que el reloj se había convertido en un cronómetro y que la chicharra estaba a punto de sonar.

 

Encontró un artículo en Diarioregistrado que también había levantado el Diario Perfil: una usuaria de Twitter, @MeluStella, había hecho un hilo de tuits con frases del presidente argentino que podrían ser utilizadas para finalizar una relación:

 

“Veníamos bien, pero pasaron cosas” o “siento la misma angustia que sintieron ellos al tomar la decisión de separarse de España” simplificaban con claridad lo que sentía en ese momento. Y fue entre risas, que bordeaban el llanto, que decidió ponerle punto final al asunto: había llegado el momento de desinstalar Tinder.

 

El tema dio muchas vueltas en su cabeza hasta finalmente ingresar a la configuración de la cuenta, para eliminar de manera definitiva. La aplicación le preguntó el motivo en una especie de múltiple choice: ¿Conociste un amor en Tinder? ¿No conectás con nadie? ¿Te cansas de las publicidades? ¿No la podés poner ni con esto?

 

 Quizás agregué alguna que no estaba, pero la cuestión era que ninguna de las opciones representaban lo que Jorge realmente sentía: Quiero un amor real, un amor de película, esos que dejan boquiabiertos a los que preguntas “¿cómo se conocieron?”.

 

Jorge tampoco era un iluso, sabía que las películas de amor que muchos fines de semana lo acompañaban por las noches, a pura cucharada de helado Grido, jamás pasarían en el mundo real, ¿o acaso algún hombre murió congelado mientras su jermu sobrevivía sobre una tabla, en plena inundación de La Plata? ¿Cuántos de nosotros corrimos desesperados bajo la lluvia hasta el Aeropuerto de El Palomar para evitar que la Jesy se suba al Flybondi con destino Chaco, Resistencia? ¿Será que algún día salvemos el planeta abrazados a nuestro match de Tinder, en una nave de Arsat, con Aerosmith de fondo y todos coreando “i dont wanna close my eyes, i dont wanna fall asleep” con una versión remixeada de Los Del Fuego o Agapornis?

 

En el marco de lo real, Jorge sentía que había algo más.  

 

Y fue un miércoles, un día perdido entre la semana, que Jorge se levantó un poco más temprano de lo habitual, peinó su cabellera y acomodó su intento de barba, y encaró la calle con una sonrisa que no solía cargar.

 

Pensó en una frase que le habían dicho muchas veces: “el amor no se busca, se encuentra”, y por dentro se autoconvenció de que esa era una ley, una ley primaria en la constitución universal del amor, y justamente, como toda ley, había nacido para ser quebrantada.

 

Esa mañana, de miércoles, Jorge salió a la calle cambiado, por dentro y por fuera, decidido a quebrar la ley, dispuesto a todo. Ese día, Jorge iniciaba su propia búsqueda, la del amor, que, según él, ese miércoles encontraría.

FIN

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